El fraile de los niños pobres y lisiados
Cordobeses en la historia
Bonifacio Bonillo Fernández llegó de la árida Castilla a Córdoba en tiempos de sequía económica, y murió sin faltar un solo día a su oficio de Excelentísimo Señor Limosnero




LOS cuatrocientos kilómetros entre Córdoba y los primeros pueblos de Cuenca, eran un abismo de caminos para carruajes. En Cañaveruelas apenas habría dos calles. En el número 4 de la de El Mesón, vino a nacer Bonifacio Bonillo Fernández, el 14 de mayo de 1899. Los padres, Higinia y Manuel, lo eran ya de Juana de 7 años y vivían de un huerto, la única fuente familiar, más de sustento que de ingresos.
En la parroquia de la Paz lo bautizaron, tomó su primera comunión y despidió al padre con 9 años, edad en la que asumió el peso económico de la familia, sin dejar la escuela ni la devoción, dando peonás con los vecinos. Así lo contaron ellos mismos a Juan Muñoz Cascos, que escuchó, estudió y recreó en El Hermano Bonifacio. Excelentísimo Limosnero, una biografía entrañable, ejemplar y tremendamente atractiva.
Cuenta el autor infinitas anécdotas de la infancia y juventud que apuntan ya las peculiares maneras del fraile: la elaboración de muñecos -"su San José y su Virgen de la Paz"-, las lecturas de periódicos con 13 años, sus viajes de 60 kilómetros a por agua para un enfermo, la solidaridad en la búsqueda de trabajo, su noviazgo, el empleo de recadero en el asilo de San Juan de Dios de Barcelona, la vocación, los informes de buena conducta que quiso negarle el alcalde del pueblo y padre de la novia, su ingreso como postulante y novicio (1924), la toma de hábitos y sus funciones de limosnero en Madrid y Bilbao (1926-1929), mientras los Hermanos de San Juan de Dios, gestionaban la construcción para su hospital, a través del padre Guillermo Llop, asesinado en Paracuellos en 1936. Su esfuerzo y la generosidad local cristalizó en la compra de la Huerta de San Pablo, en la primera misa en su capilla (1935) y la llegada en agosto del "Excelentísimo Limosnero", como le llamó el siempre maestro Solano Márquez, que en 1976 decía: "le corresponde por la Cruz de la Beneficencia…" que le otorgaron en 1972.
En octubre de 1935 la portada de La Voz anunciaba la colocación de la primera piedra y la ampliación de la clínica para "niños lisiados y pobres", que tuvieron en Bonifacio un incansable buscador de limosnas, incluso en el terrible trienio del 36 al 39 y lo que le precedió. De ahí proviene otro apodo por el que sería conocido, el que más le gustaba: "Fray Garbanzo". Según su biógrafo, salía de un cortijo con una monja; ella llevaba un cordero, mientras a él le habían dado un saco de garbanzos. En la puerta, encontraron a un grupo de individuos armados -¿guerrilleros?- que se comieron el cordero, le quitaron los garbanzos, los ataron a unas mulas y los humillaron. Bonifacio reconoció al padre de uno de "sus niños": "Si esto me lo hubieran hecho cuando su hijo se encontraba allí, se habría muerto de hambre; la oveja que os acabáis de comer y los garbanzos" se los quitaban "a los pobres niños enfermos". Se hizo el silencio y el hombre ordenó: "Dadle el saco de garbanzos a Fray Garbanzo".
Él, que de nada podía desprenderse -porque nada poseía-, tenía una capacidad negociadora que, de no haberla desarrollado desde la perspectiva de la caridad cristiana y el desprendimiento, bien le podría haber valido un destacado puesto en el mundo empresarial. Sus contactos le informaban de monterías, ventas y compras. En las primeras se llevaba las piezas en mano y pasaba la gorra; en la segundas también, reivindicando la Providencia o el Castigo de Dios. Cuando alguien le invitaba aceptaba un vaso de agua y el importe del café o la cerveza, porque si se lo tomaba él no le alimentaba a "sus niños". Su popular Land Rover formaba parte del paisaje y el paisanaje de Córdoba, sus pueblos y sus campos. Abordó a Manuel Benítez, tras un éxito taurino, así: "Paisanos del Cordobés/ de Manolete y el Guerra/ a ver si sois generosos/ y me soltáis bien las perras". Se presentó en la cacería de Andújar con Franco y Hasan II, saludó, enseñó las fotos de "sus niños" y Franco le dijo: "Hermano ¿todo esto se hace pidiendo?". "No, Excelencia, esto se hace dando". Y pasó su sombrero, como pasaba por las emisoras de radio por Navidad, para pedir y advertirle al Niño Dios: "Vais a tener que ampliar el cielo para que quepan todos los cordobeses". Lo recordaba Juan Jurado el día de la muerte de Bonillo, aquél que "conocía los pecados de Córdoba", de sus bares y sus monterías; manchas que "limpia la limosna". Quizá por eso fue madrina de inauguración de su hospital la vizcondesa de Termens, pasada ya su etapa de "infantona" e iniciada la de benefactora.
Dice Muñoz Cascos que el 20 de mayo de 1978, "nuestro buen limosnero" resbaló aseándose y se fracturó el cuello del húmero, cosa que no le impidió salir, todavía sin escayola, porque "yo tengo que pedir todos los días". Siguió durante un mes, tan abatido, que llegó a tomar un refresco en El Carpio y ya no salió por su pie. La trombosis cerebral no le impidió seguir pidiendo por teléfono, en la cama: "Yo con mi pico tengo bastante". Murió el 11 de septiembre, lo enterraron en el panteón de la Orden en San Rafael, e infinitas palabras de tristeza poblaron los medios de comunicación. Algún niño recordaba "Yo comí de tus garbanzos" y CCOO evocó al "Obrero de su fe en el amor a los desvalidos. Descansa en Paz".
También te puede interesar
Lo último