Puerta califal para Perera en una corrida indigna
Segunda de abono de la Feria de Nuestra Señora de la Salud
Emilio de Justo y Borja Jiménez se van de vacío en una tarde sin épica
Las imágenes de Perera, Emilio de Justo y Borja Jiménez en la plaza de toros de Córdoba

Plaza de toros de los Califas
GANADERÍA: Seis toros de El Pilar, chicos, mal presentados, de escaso trapío y de pobre juego. Sosos y descastados en líneas generales. El mejor el jugado en 4º lugar, aunque tampoco fue un dechado de virtudes.
TOREROS: MIGUEL ÁNGEL PERERA (sangre de toro y oro). Estocada (ovación con saludos tras aviso) y estocada (dos orejas).
EMILIO DE JUSTO (negro y oro). Estocada (palmas) y pinchazo y estocada trasera (ovación con saludos).
BORJA JIMÉNEZ (gris perla y oro). Estocada baja que escupe y estocada baja (vuelta al ruedo) y pinchazo, otro hondo, media estocada y descabello (palmas de despedida).
INCIDENCIAS: Plaza de toros de los Califas, de Córdoba. Segunda de abono de la Feria de Nuestra Señora de la Salud. Poco más de un cuarto de entrada. Tarde de agradable temperatura. El festejo duró dos horas y 25 minutos.
Que la puerta grande que se ganó Miguel Ángel Perera no sirva para tapar un festejo lamentable, donde solo el oficio y ganas de los alternantes sirvió para hacer que aquello no resultara tedioso, aunque finalmente lo visto sobre el dorado albero del coso de Ciudad Jardín no pasará a los anales de la historia y la salida a hombros de Perera sea una anécdota en una tarde con muchas sombras, demasiadas.
El eje fundamental de la fiesta de toros, como su propio nombre indica, es el toro. Cuando este falla, todo se cae como un efímero castillo se naipes. Uno de los pecados capitales de la Córdoba taurina es que se desconoce cual es el tipo de toro que debe de saltar a Los Califas.
La corrida llegada desde el campo charro, lidiada este sábado fue impresentable para una plaza administrativamente de primera. ¿Dónde esta el equipo veterinario para aprobar un encierro con un trapío tan indigno? Todos fueron escurridos, feos de hechuras y de juego descastado. Sin emoción nada trasciende al tendido.
La fiesta de toros es épica, tragedia y gloria, pero para ello hacen falta toros. Animales que den sensación de fiereza, de rusticidad, de bravura. En la tarde de este sábado, ninguna de esas características apareció en ninguno de los jugados, por lo que nada, absolutamente nada, tuvo interés para hacer de la tarde una buena tarde de toros.
Con la cantidad de vacadas que pastan en nuestra región, ¿hace falta embarcar una corrida de Salamanca como la de ayer? La respuesta la tiene la empresa, así como los espadas actuantes.
Miguel Ángel Perera resultó a la postre el triunfador del insulso festejo. A estas alturas no vamos a descubrir al torero de la otra Puebla, en este caso del Prior. Perera es un torero con el oficio bien aprendido y con muchos años de alternativa. Precisamente su oficio, que feo queda en el toreo decir técnica, fue su principal aval ante el pobre juego de los toros que le tocaron en suerte.
A su primero, en el que quedó inédito con el percal, cuajó un trasteo irregular, aunque hubo algún muletazo largo con la mano diestra. Al natural, el toro agarrado al piso y demasiado mirón, todo quedó en un infructuoso intento. Lo mejor vino en su segundo. Lo recibió de forma aseada a la verónica y, tras brindar al público, cuajó un trasteo de menos a más. Lo inició en tandas, donde aprovechó las inercias del toro para ir afianzado poco a poco, así como para ordenar unas embestidas sosas e irregulares. Mejor al natural. Series compactas y ligadas, con el único pecado de quedar en ocasiones fuera de cacho y al hilo del pitón, aunque era lo vital para que el trasteo tuviera ligazón. En las cercanías terminó por entusiasmar a los tendidos y, como el acero viajó en forma certera, fue premiado con el doble trofeo; uno hubiera sido lo justo, pero ya se sabe, entre el poco conocimiento de los ocasionales y la ligereza de pañuelos del señor presidente, la puerta califal se abrió de par en par para el torero extremeño.
Emilio de Justo es un buen torero. Un torero de muleta poderosa y estético corte. Pero su toreo de altos quilates no luce con este toro de tan pobre comportamiento. En el pecado lleva la penitencia, y todo por dejarse anunciar con estas ganaderías, llamémosle comerciales, por no llamarlas descastadas y mansas.
Recibió a su primero con un ramillete de lances a pies juntos que fueron muy aplaudidos por los concurrentes. Tras el primer puyazo, donde el toro derrumbó al jaco, todo se fue opacando. El toro quedó inmóvil, como si estuviese enfermo. Todo lo que intentó el matador no tuvo repercusión alguna, aunque mostró su concepto y finas maneras. En su segundo, que brindó al respetable, lo intentó, pero fue imposible. Estuvo muy por encima del toro, pero todo resultó insustancial y carente de interés. Nada que objetar a la actuación de Emilio de Justo. No tuvo enemigo. Sin enemigo no hay batalla y sin batalla, no hay épica.
Borja Jiménez tiene como se suele decir la hierba en la boca. Toda la tarde estuvo entregado y con ganas de agradar a los tendidos. Vibrante, eléctrico, con gusto y hasta templado en muchas ocasiones. El torero de Espartinas es de los que trae aire fresco y renovador. Por ganas no fue, pero, como sus compañeros de terna, se estrelló con los semovientes que le correspondieron en suerte.
En su primero, al que recibió con lances a la verónica, le hilvanó un trasteo de formas correctas, destacando las series con la mano diestra. Tampoco bajó el diapasón al natural, pero el toro poco a poco se fue diluyendo en la nada. La espada, una vez más, le privó de obtener trofeo, teniéndose que contentar con dar una benévola vuelta al ruedo, que nadie le pidió, tras una insuficiente petición.
Vibrante fue el trasteo en su segundo. Lo inició con dos temerarios pases cambiados por la espalda. Prosiguió toreando con ambas manos, con ganas, embarcando las embestidas y llevándolas hasta más allá, pero ya se sabe, cuando a los toros mansos se les obliga en exceso, dicen: hasta aquí llegue. Intentó proseguir, pero ya el toro comenzó a defenderse y el remate de los últimos muletazos no tuvo limpieza alguna. De nuevo la espada, la cruz en su incipiente carrera, se llevó el premio que con el público, benevolente que ocupaba los tendidos, le hubiera pedido de seguro.
Esto dio de sí la segunda de feria. Un festejo que no pasará a la historia. No hubo materia prima para el lucimiento. Los toreros con oficio y compromiso intentaron salvar la tarde, cosa que medio consiguieron, pero poco más.
El público de Córdoba no es el que se recuerda. Hace falta, por llamarlo de alguna manera, educación e instrucción taurina. Hay que respetar la liturgia del toreo y, para ello, hay que conocerla. Si se desconoce se llega a premiar la vulgaridad, lo mediocre y lo insustancial. Son los pecados del toreo moderno. Hace falta una absolución, pero para ello queda una fuerte penitencia y, sobre todo, el propósito de enmienda de no caer más en la mediocridad por desconocimiento.
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