Jacobo Bergareche | Escritor: "Olemos a la gente igual que los perros se huelen el culo"

El escritor Jacobo Bergareche.
El escritor Jacobo Bergareche. / José Ángel García
Miguel Lasida

10 de mayo 2025 - 04:59

Jacobo Bergareche y Mariano Sigman se plantearon un día la indagación de la naturaleza de la amistad. El escritor Bergareche (Londres, 1976) y el neurocientífico Sigman repararon pronto en que la ciencia y la filosofía no bastaban para dar respuesta a sus preguntas y recurrieron por eso a una diversidad de conocidos de toda condición a quienes citaron a decenas de sobremesas y con quienes conversaron sobre lo divino y lo humano acerca de ese misterio. De esa exploración ha resultado el libro Amistad. Un ensayo compartido (Debate).

–¿Comer y beber en compañía fortalece los lazos u aprieta los cinturones?

–La sobremesa es un lugar de fortalecimiento de vínculos. De hecho, el banquete de Platón, que es el gran libro sobre el amor y en el que los amigos hablan, se titula simposio, que en griego quiere decir sobremesa. El origen es beber juntos y no para emborracharse sino para estar alegres, abrir los corazones y dejar que fluya el tráfico de intimidades.

–También hay tensiones en los banquetes. En la última cena Jesús habla de un traidor.

–En una cena hay que generar ese tipo de tensiones para que se hablen de cosas que no sean obviedades. La amistad a veces se tiene que enfrentar a las cosas duras de la vida, a las verdades.

–¿Se sobreestima la sinceridad entre los amigos?

–La sinceridad es necesaria cuando se necesita y te la piden, si no es impertinencia. Un amigo que esté siempre diciéndote: “Oye, estás gordo, bebes demasiado, no fumes, tu mujer te pone los cuernos...”. No siempre queremos saber la verdad, muchas veces queremos que nos entretengan y ya está.

–¿No es un amigo como el vino, al que se acude igualmente para una celebración que para ahogar las penas?

–Aristóteles decía que la amistad no es sólo buena cuando nos ha pasado una tragedia sino también en la alegría. Es más difícil alegrarte de los éxitos de tus amigos que reconfortarlos en las tristezas. Porque a veces en los éxitos uno siente envidia y dice: “¿Por qué él y no yo?” Esas amistades son realmente como las de ese señor triste y aburrido pero que siempre está ahí cuando te pasa algo malo. A mí me interesan los que están ahí cuando te pasan las cosas buenas.

–¿Cómo influye el olor en el instante de la atracción hacia una persona?

–Pues fíjese, cuando le damos la mano a alguien nos llevamos la mano a la nariz y la olemos. Lo hacemos de un modo inconsciente. Igual que los perros se huelen el culo, nosotros olemos a la gente. Esto se ha estudiado ya.

–¿Y qué dice la ciencia sobre los olores del prójimo?

–Que los amigos tienen unos genes muy parecidos y que el olor es un signo de ello. Sin embargo nos enamoramos de gente complementaria genéticamente, que nos complementan y que enriquecen nuestro código genético. Somos más animales de lo que pensamos.

–La amistad no se expresa igual en todos lados, ¿no?

–No. Hay países árabes, por ejemplo, donde los hombres caminan de la mano y hay culturas donde no se tocan, como en la cultura escandinava o en Japón. Los indios, cuando visitan a un amigo, duermen en la misma cama, de la emoción de estar cerca de su amigo. La amistad tiene un contorno cultural que determina una serie de códigos de cómo nos tocamos, cómo nos relacionamos, si podemos ser amigos de mujeres o no. En los países musulmanes, los hombres y las mujeres no son amigos. Quizás lo puedan ser pero eso lo sanciona muy gravemente. Y, sin embargo, en las sociedades nórdicas es una cosa absolutamente normal que nadie pensaría que no pudiese ser de otra manera.

–Que dos amigos se conviertan en amantes, ¿es una atracción que nace al conocerse o es fruto de una evolución?

–La mayoría de la gente a la que le preguntas si tiene un amigo con quien le gustaría tener un encuentro sexual responde que sí. Todo el mundo quiere zumbarse a algún amigo, el problema es cómo se vuelve de eso.

–Conozco a dos amigos que salen a pasear y lo hacen sin hablarse. ¿Qué función juega el silencio en las amistades?

–La amistad tiene que ver mucho con saber estar. Y qué paz da cuando puedes simplemente caminar con alguien o comer pipas en un banco del parque y no tienes que decir nada, compartiendo el aburrimiento, sin tener que hacer nada, simplemente estar. Las grandes amistades son sencillamente las que te permiten estar sin ser.

–¿Puede ser un padre amigo de su prole?

–No lo sé. Puede ser que tu hijo te caiga bien y eso se mueve dentro del espectro difuso de la amistad. Pero los padres tienen deberes con sus hijos hasta el punto de que, si se descuidan, vienen los servicios sociales y te quitan la custodia, cosa que no pasa con los amigos. A los amigos puedes descuidarlos y no te llevan a la cárcel. Quizá no sea ya amistad cuando hay demasiada obligación.

–¿Se puede decir que dos componentes básicos de una amistad son pasar tiempo juntos y estar expuestos a la sorpresa, a un tipo de fricción?

–Pasar tiempo juntos es importantísimo. Hay que respirar el mismo aire. Si uno huele un asado por la calle hay que salivar a la vez. Si te ponen un reguetón, los dos tienen que sentir el bombo y el platillo y las ganas de bailar. Sin sincronía no hay amistad.

–¿Y la fricción?

–Igual. Todo desconocido genera una incomodidad. Y para superar esa incomodidad hay que aprender a decir hola, gracias, a sonreír, a mirar los ojos y así es como uno desarrolla la habilidad para la amistad.

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