Inés Martín Rodrigo: “Tendríamos que aspirar a la alegría como un deber diario”

Libros

La madrileña regresa con ‘Otra versión de ti’, una novela sobre el peso de la orfandad y las intromisiones del duelo en la vida, un libro a corazón abierto del que la autora “ha salido ilesa”

Una descarga de energía

La periodista y escritora  Inés Martín Rodrigo (Madrid, 1983).
La periodista y escritora Inés Martín Rodrigo (Madrid, 1983). / Gabriel Hinojosa
Braulio Ortiz

03 de mayo 2025 - 06:30

“Con el tiempo has aprendido, a base de dolor, de qué otra forma, que no hay escudo posible frente a la muerte. Tampoco amparo que alivie la orfandad”. Candela, la protagonista de Otra versión de ti (Destino), la nueva novela de Inés Martín Rodrigo, acompaña a su progenitor en sus últimos días y decidirá entonces escribir un libro, empezar una investigación, para trazar los contornos desdibujados por el tiempo de la madre que perdió en la infancia. La ganadora del Premio Nadal en 2022 regresa ahora con un libro hermoso y complejo, que invoca a la razón y a la emoción, sobre el peso de la orfandad, las intromisiones del duelo en la vida y el parentesco entre invención y memoria.

Pregunta.–Candela asegura que es escritora para poder contarle a su madre todas las cosas que no pudo decirle. La literatura nos permite hablar con los muertos.

Respuesta.–Sí, la literatura es siempre un diálogo. Un diálogo con una misma, sobre todo, y, en el caso de Candela, con las personas que ya no están. Ella siente tan presentes esas ausencias que ha llegado a menospreciar su vida. Sí, la literatura es un diálogo silente con nuestros muertos.

P.–El libro apunta una anomalía dolorosa y desconcertante: que los muertos no envejecen, que “el tiempo sólo pasa para los vivos”.

R.–En esta novela hay una reflexión muy profunda sobre el paso del tiempo, sobre cómo el paso del tiempo va haciendo mella en la memoria, que es aquello a lo que recurrimos para tratar de luchar contra algo inevitable como la muerte. A mí también me obsesionaba esa reflexión que hace Candela de que nuestros muertos no envejecen, porque yo perdí a mi madre siendo niña, y, en mi memoria pero también en las fotografías que conservo, ella es muy joven. El tiempo se detuvo ahí para ella, pero no sólo para ella, también para la percepción que tenemos las personas que la quisimos. Esa colisión entre el tiempo que se paraliza para ellos, los que se fueron, y el tiempo que continúa para nosotros me resultaba muy interesante, enriquecedora desde el punto de vista creativo.

Escribir me ayudó a reconciliarme con los seres queridos que se fueron. Antes estaban demasiado presentes”

P.–Lo dice Susan Sontag, en una cita que rescata el libro: todas las fotografías son memento mori. Y Bernardo Pérez, que presta su testimonio a esta novela, lo suscribe: “Los fotógrafos creamos pasado”.

R.–Esa conversación que Candela mantiene con el fotógrafo me resulta apasionante. Me interesa mucho la fotografía. Yo partía de esa idea preconcebida, errónea, en la que hacía una equivalencia entre el efecto que tiene el paso del tiempo en una fotografía y el efecto que tiene en nuestra memoria. Creía que las imágenes se degradan en el papel y en nuestra mente. Pues esto no sucede así, porque la memoria no funciona de ese modo. Fue un descubrimiento curioso. Esta novela me ha hecho crecer mucho a nivel personal. He descubierto cosas que no sólo no sabía de mí, sino de la fotografía, de la memoria, de la neurociencia...

P.–Todos los especialistas consultados llevan a la misma conclusión: que “siempre que recordamos mentimos”.

R.–Más que mentir, inventamos. La memoria está condicionada. Algo que me gusta, porque eso la hermana con la literatura, con las ficciones, que son modos de luchar contra el olvido. Creíamos que la memoria nos otorgaba un retrato fidedigno de quién fue una persona. Y no, todo lo contrario, ese recuerdo está filtrado por los sentimientos, por los condicionantes externos, está contaminado. Cuando te das cuenta de eso también te liberas. Se lo dice a Candela una experta, Elizabeth Loftus: que no es tan grave, que no está en juego la vida de nadie. Basta con saber que la evocación que hacemos de alguien no es certera pero sí verdadera.

Inés Martín Rodrigo.
Inés Martín Rodrigo. / Gabriel Hinojosa

P.–Andrea, la pareja de Candela, asiste impotente a su duelo. Otra versión de ti se pregunta qué podemos hacer frente al dolor de los otros.

R.–Sí, yo me planteo el libro como una historia de amor. Qué hacemos cuando el dolor de los demás es también el nuestro, porque ese demás es la persona con la que compartimos nuestra vida, con la que nos despertamos cada mañana. Para mí era importante reflejar la figura de esa persona que está a tu lado en los momentos difíciles y que intenta ayudar, pero tú no dejas que te cuiden. Cuando estamos sufriendo nos volvemos egoístas, establecemos una distancia, tendemos a la soledad, a construirnos una burbuja. Andrea quiere estar ahí, pero Candela no se lo permite. Uno de los verbos que está más presente en la novela, creo, es acompañar.

P.–A Candela nadie le ha enseñado a gestionar sus sentimientos: ha tenido “un padre ausente en lo emocional”, que apenas le ha expresado afectos...

R.–El padre se ha mencionado poco en las entrevistas que he hecho, pero es un personaje crucial, porque su enfermedad es la que desencadena todo lo demás, especialmente esa necesidad que tiene Candela de acompañarlo en sus ultimos días. Ella no pudo despedirse de su madre, era demasiado joven, y ahora tiene la oportunidad de dar un adiós en condiciones. El padre ha tenido una relación compleja con Candela, y para mí representa, sin ánimo de generalizar porque la literatura nunca debe ser reduccionista, a esa generación de hombres que nacieron en los años 50, a mediados del siglo XX, y que recibieron una educación emocional muy pobre, muy marcada por el machismo imperante y a los que no prepararon para comunicar sus sentimientos.

P.–La hermana de Candela recuerda haber sentido un extraño alivio al ver a los príncipes Guillermo y Harry en el funeral de Lady Di, al saber que ella no era la única que había perdido a alguien.

R.–Para mí también fue muy revelador saber que esa persona se sintió así en ese momento. Cuando eres niño la muerte no existe, y la que resulta ya verdaderamente inconcebible es la de tus padres. Si algo así, tan terrible, te sucede, sientes una soledad inmensa, y cuando localizas a alguien con quien puedes identificarte lo vives con alivio. Es lo que le pasa a la hermana de Candela, que se reconoce en los hijos de Lady Di. La muerte convierte esos referentes tan lejanos en algo próximo.

El libro es una historia de amor. Me pregunto qué se hace con el dolor de tu pareja, cómo ayudar en el duelo”

P.–Joan Didion defiende que si queremos seguir viviendo hay que dejar marchar a los muertos.

R.–Sí, y estoy de acuerdo. Es algo que ella descubre escribiendo ese libro [El año del pensamiento mágico], y es algo que yo he descubierto escribiendo Otra versión de ti. Hay que dejarlos marchar, porque si no llegan a poner en riesgo nuestra propia vida. A mí me ha pasado, yo tenía demasiado presentes a mis muertos. La escritura me ha permitido reconciliarme con ellos, convivir con esas ausencias sin que duela.

P.–“No hay arte sin locura”, se afirma en el libro. ¿Era sensato un proyecto como éste, tan personal?

R.–A mí me ha dado mucha cordura terminarlo. He salido ilesa [ríe]. El proceso ha sido muy duro, es el mayor reto literario al que me he enfrentado en mi aún corta carrera literaria. Pero me he permitido ser libre, y eso me ha conducido a un lugar feliz, a la literatura que me interesa. Esa literatura sin ataduras, que bucea entre los diferentes géneros, una palabra que yo detesto, que hibrida, y que refleja la realidad que nos rodea.

P.–Quienes conocieron a la madre de Candela resaltan su alegría. No es mala herencia...

R.–Leyendo a Vicente Undurraga me encontré con una cita de Spinoza, que dice que hay que hacer las cosas bien y perseverar en la alegría. Tendríamos que aspirar a eso como un deber diario.

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