Recordando a Julio Romero de Torres, un pintor siempre de actualidad
Tribuna
La simbiosis entre Julio Romero de Torres, del que hoy se cumplen 95 años de su muerte, y Córdoba se manifiesta de forma muy diversa en sus obras, bien a través de monumentos singulares y paisajes urbanos, personajes de distintas clases sociales o tradiciones
Julio Romero de Torres, 150 años de un pintor de leyenda

El 10 de mayo de 1930 moría, en su casa familiar anexa al Museo de Bellas Artes, Julio Romero de Torres. Recordar esta fecha siempre evoca lo que tanto Julio Romero como su familia han significado para Córdoba. Las imágenes de su capilla ardiente en la sala de Antonio del Castillo del Museo, el cortejo fúnebre recorriendo las calles de la ciudad, la despedida con la música de la Rêverie de Robert Schumann en la puerta de la iglesia de los Dolores ante el Cristo de los faroles y la llegada del cortejo al cementerio de san Rafael, suponen la presencia de una multitud de personas en una inmensa manifestación de duelo para despedir al pintor que conmocionó a la ciudad.
Noventa y cinco años después, el maestro sigue de actualidad en exposiciones, publicaciones y congresos, manteniéndose el interés sobre la vida y obra de un artista que llevó a Córdoba en su corazón y la reflejó en numerosos de sus dibujos, carteles y pinturas.
Esa simbiosis entre un pintor y una ciudad se manifiesta de forma muy diversa en sus obras, bien a través de monumentos singulares y paisajes urbanos, bien a través de personajes de distintas clases sociales o costumbres arraigadas en la centenaria tradición de las fiestas cordobesas. Así sucede con un extraordinario dibujo que en los próximos días se subastará en la sala madrileña Ansorena.
En el catálogo de la subasta el dibujo se ha titulado como Interior de capilla con personajes populares, título que sin duda corresponde con la descripción de la escena presentada, aunque no sería el correcto para la obra como se verá posteriormente. Realizado a grafito y albayalde sobre papel, mide 43,5 x 28 cm. y está firmado, rubricado y dedicado en la parte inferior “A mi querido amigo Villan…[ilegible] abogado como hay pocos y literato distinguido con la admiración de Julio Romero de T”. En las últimas semanas, su composición se ha vinculado con el lienzo ¡Mira qué bonita era!, con el que Julio Romero obtiene una mención honorifica en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1895.
Entre 1893 y 1895 se publicará en Madrid La Gran Vía. Revista semanal ilustrada, con una importante participación de destacados escritores y pintores cordobeses, entre ellos Rafael, Enrique y Julio Romero de Torres, quienes publican ilustraciones de gran calidad y temas muy diversos que reflejan sus intereses personales y artísticos y, a veces, sirven de complemento a los textos anexos.
Bien conocidas son las pinturas sobre Semana Santa del maestro, fundamentalmente Jueves Santo, Viernes Santo y La saeta, pero sus ilustraciones sobre el tema han pasado bastante desapercibidas. Al menos se conocen actualmente las dos publicadas en la revista madrileña el 7 de abril de 1895, Domingo de Ramos, tituladas En Córdoba. La salida del sermón y La cofradía del silencio, además de otra reproducida en la misma revista Gran Vía el 14 de abril de 1895, Domingo de Resurrección, en la que se cita con el título de Costumbres cordobesas. Cantando saetas el Jueves Santo, ilustración firmada por Julio Romero de Torres y por Páez, correspondiendo como suele ser habitual con los nombres de quien diseña la composición y quien la graba. Sobre estas, recientemente hemos publicado el artículo Julio Romero de Torres: Una mirada a la semana santa de Córdoba donde se analizan sus obras sobre la Semana Santa cordobesa (Córdoba cofrade, nº 154, 2025).
La fidelidad entre el dibujo que subasta Ansorena, de técnica y composición ejemplar, y el grabado evidencia la vinculación entre ambos y la previsible coincidencia de fechas, poniendo de manifiesto una faceta bastante desconocida del maestro cordobés como son sus dibujos, a los que recurría con frecuencia como parte fundamental en su proceso creativo ya desde estas obras de los últimos años del XIX. En el caso de este diseño los toques de albayalde producen unos sutiles efectos de luz y de reflejos que hacen aún más atractiva la obra y refuerza su calidad a través del dominio del uso combinado del carboncillo y el albayalde.
La ilustración grabada y publicada en 1895 procede de la composición del dibujo que se viene citando y por ello sería más correcto usar el mismo título para ambas obras, de ahí la propuesta de unificar el criterio titulándolos tal como se cita en la revista madrileña Costumbres cordobesas. Cantando saetas el Jueves Santo, pues así se identificó cuando el maestro tenía veintiún años.
Como en el lienzo ¡Mira qué bonita era!, del mismo año que la publicación de la revista, con el que guarda evidentes similitudes compositivas, recurre a una ventana como conexión entre el interior y el exterior, en este caso entre la iglesia y la calle. Repite en ambos la ventana de otro dibujo suyo, también reproducido en la revista Gran Vía el 2 de diciembre de 1894, que ilustra el poema de Manuel Reina La joven de los ojos negros, de 1871. Frente a estos paralelismos entre el dibujo y el lienzo, hay evidentes diferencias entre los temas, pues en el lienzo ¡Mira qué bonita era! pone de manifiesto tres de los asuntos reiterados en sus obras: la mujer, la vida y la muerte, en un entorno de dolor durante el velatorio de una joven, mientras en el dibujo Costumbres cordobesas. Cantando saetas el Jueves Santo recoge una escena de arraigo religioso por el entorno en el que se desarrolla y popular por el recuerdo a las tradicionales saetas que con devoción se entonan a Cristo y a María durante la Semana Santa.
A través de una ventana varias personas conversan y observan desde la calle lo que pasa en el interior de la iglesia, en el que diversas mujeres, una niña y dos hombres también conversan y observan lo que sucede a su alrededor y ante el altar de una Virgen que bien podría ser una Dolorosa; se aprecian otros elementos de culto, oración o exorno, como los candelabros con cirios encendidos sobre el altar, la pintura de un santo de medio cuerpo colgada en el muro o la jarra con flores que una de las mujeres está colocando en la mesa de altar mientras atenta mira hacia la imagen, además de la curiosa presencia de un sombrero que si bien podía ser un sombrero cordobés parece tener una su copa más baja de lo habitual, sombreros de distinto tipo que con cierta frecuencia el maestro incluye en sus obras. Modelos y atuendos semejantes a los aquí dibujados y grabados aparecen en diversos dibujos, carteles, pinturas e ilustraciones de los últimos años del siglo XIX y primeros del XX, en un momento que su obra aún no había evolucionado hacia los ejemplos más simbólicos y conocidos de su arte a partir del viaje a Italia en 1907.
Con esta aportación rendimos un personal homenaje a Julio Romero de Torres, para quien el arte, Córdoba, su familia y sus amigos constituyen el eje de su vida y de su obra.
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