La otra tempestad de Peris-Mencheta

Libros

El madrileño cuenta en ‘730 días’ (Planeta) el desamparo vivido tras el diagnóstico de leucemia. “Eché de menos el testimonio de alguien que hubiese pasado por lo mismo”.

Derecho a tener futuro

Sergio Peris-Mencheta (Madrid, 1975).
Sergio Peris-Mencheta (Madrid, 1975). / Rubén Martín
Braulio Ortiz

29 de mayo 2025 - 06:30

De no haber tenido una visión lúdica de su oficio, que ha impregnado de fantasía y emoción sus montajes, Sergio Peris-Mencheta podía haberse quedado –la expresión es suya– en el “niñato de Al salir de clase”, en la estrella de la televisión que conoce su momento de gloria y pasado el furor acaba desvaneciéndose. Pero el intérprete madrileño arrastraba “el deseo incumplido de niño de tener el barco pirata de los Clicks”, y halló en el teatro una suerte de navío –su compañía se llama así, Barco Pirata– que le permitía “jugar e imaginar”. Una electricidad que se traslada al patio de butacas, que ha cautivado también a la crítica: la dirección de espectáculos como su versión de la Tempestad de Shakespeare, la Lehman Trilogy o Un trozo invisible de este mundo convirtieron a Peris-Mencheta en uno de los profesionales más respetados de la escena actual. “He jugado mucho, y aunque he perdido, he sido, en general, más de ganar, con una dosis de suerte que siempre he sentido a mi lado”, asegura el actor en 730 días (Planeta), su nuevo libro, en el que cuenta cómo “en este último sorteo” no le salieron “los números habituales” y se ha enfrentado a la enfermedad por la que murieron su abuelo y su padre, una leucemia aguda mielodisplásica.

Así, en estas páginas escritas “a corazón abierto”, Peris-Mencheta relata el desconcierto y la vulnerabilidad de quien, tras recibir el diagnóstico y ponerse en manos de los médicos, asume que “la vida manda, que hay una parte donde me toca dejarme llevar”. El autor descartó inicialmente compartir su experiencia en un libro, pero pronto comprendió que su larga estancia en el hospital City of Hope de Los Ángeles, donde se sometió a un trasplante de médula, podía ser un espejo en el que otros enfermos que afrontaban el desamparo de una situación así podrían sentirse reflejados.

“Yo estaba permanentemente cuidado por Marta [la actriz Marta Solaz, su pareja y madre de sus hijos], que no se ha separado de mí”, recuerda Peris-Mencheta en conversación telefónica con este periódico. “Pero incluso así me he sentido solo, porque ella, por muy empática que fuera, no podía entender, no podía sentir lo mismo que yo. Eché mucho de menos poder hablar con alguien que hubiese pasado por lo mismo”, reconoce el director. “Toda esa odisea es muy solitaria, los pacientes no podíamos reunirnos como en Alcohólicos Anónimos porque estábamos débiles y podíamos contagiarnos. Me habría gustado tener un libro con alguien que hace ese viaje, desde que le dicen que corre peligro de muerte hasta que sale del hospital. El libro parte de esa necesidad de haber leído entonces algo que me hubiera reconfortado”.

Pero 730 días contiene también, inevitablemente, la reflexión sosegada y honesta de Peris-Mencheta sobre su profesión. Existen, argumenta, “dos motivos por los que uno decide ser actor o actriz: las ganas de cambiar el mundo y la necesidad de reconocimiento”. El veterano, que combina los proyectos personales y comprometidos de Barco Pirata con la grabación en Hollywood de varias temporadas de la serie Snowfall, tiene claro que en el equilibrio radica la virtud: “Ni es más importante aparecer en la portada de una revista ni es inteligente montar un espectáculo para que lo vean dos personas. El teatro tiene que llegar a la gente. Pero es verdad que mientras más conocido seas, mientras más perfumes vendas, más difícil resulta que seas creíble sobre el escenario, porque el público no ha venido a ver la obra, ha venido a verte a ti”, opina.

El intérprete reconstruye algunos episodios de su trayectoria, como el desencuentro que tuvo con el legendario Peter Brook –“se me cayó la persona, pero no el mito: sigo leyendo sus libros y reconociéndolo como una figura fundamental del teatro”–, la dieta insensata que siguió en sus primeros años de televisión –“todos y todas teníamos que mostrarnos estupendos y estupendas”– o las transformaciones físicas a las que le obligaban sus papeles, boxeadores, luchadores o héroes como el mismísimo Capitán Trueno. Acostumbrado a la rudeza de esos personajes, el actor agradeció explorar su “faceta más femenina” en 18 comidas, donde tenía a Víctor Clavijo como novio.

Los pasajes más descarnados del libro, junto a los referidos al desvalimiento de la enfermedad, son los que Peris-Mencheta dedica a su padre, al que describe como “un gilipollas emocional” que “gestionó nuestra educación como supo o como pudo”. Un maltrato que el autor trasladó a la dramaturgia, compartida con Juan Diego Botto y Ahmed Younoussi, de 14.4, la pieza que el director fue armando desde videoconferencias en el hospital de Los Ángeles. “Cuando Ahmed dice que esos cinturonazos de su padre forjaron su personalidad, le han hecho quién es, yo estoy detrás de esas frases”, admite con tristeza Peris-Mencheta, que por la rama materna desciende de españoles exiliados en la Rusia de Stalin y la China de Mao. La entrevista deja atrás los escenarios familiares para volver a lo profesional, y el director enumera los proyectos en el horizonte: el estreno inminente de la pieza Blaubeeren, también un documental sobre su enfermedad ahora en posproducción, y Constelaciones, de Nick Payne, que reúne al Centro Dramático Nacional y a Barco Pirata.

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