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El crecimiento acelerado de los criptoactivos ha elevado su capitalización hasta alcanzar los 3,7 billones de dólares, impulsado por un creciente interés inversor. Este fenómeno plantea serios interrogantes sobre la estabilidad del sistema financiero global. La volatilidad y la opacidad siguen siendo rasgos definitorios de este ecosistema, a los que se suma una interconexión cada vez mayor con las finanzas tradicionales, que incrementa el riesgo de contagio en caso de crisis.
Según el último informe de Estabilidad Financiera del BCE, los hogares de la zona euro aún tienen todavía una exposición limitada. Solo el 9,7% de los encuestados declaró poseer criptoactivos. El 54% ha invertido menos de 1.000€, y el 91%, menos de 20.000€. En total, unos 75.000 millones de euros en criptoactivos, lo que representa apenas el 0,23% de sus activos financieros y el 3% del mercado cripto.
No obstante, la tendencia apunta al alza. Y cuanto más crece este mercado, mayor es el potencial de que una corrección abrupta arrastre consigo a pequeños ahorradores e incluso afectar no solo a ellos, sino también a la economía real, en función del nivel de apalancamiento y de los desajustes de liquidez implicados.
Por otro lado, las interconexiones con el sistema financiero son cada vez mayores. Aunque la exposición directa de los bancos de la zona euro sigue siendo baja, está creciendo a través de derivados, servicios de custodia y financiación a empresas vinculadas al sector.
Esta vinculación cada vez más estrecha es campo abonado para vulnerabilidades sistémicas si el mercado cripto sufre una corrección severa. A esto se añade que las stablecoins, con 230.000 millones de dólares en circulación y fuertes vínculos con bonos del Tesoro estadounidense, presentan riesgos similares a los fondos del mercado monetario.
La legitimación institucional del mundo cripto añade otra capa de complejidad. Que bancos centrales y gobiernos consideren integrar estos activos en sus reservas estratégicas puede reforzar la percepción de que son “seguros”, atrayendo aún más capital y, con ello, más riesgo sistémico.
¿Estamos, entonces, incubando una nueva crisis financiera? No sería la primera vez que una burbuja, bajo apariencia de innovación, termina por desestabilizar la economía global. La regulación europea avanza con decisión, pero su alcance es limitado. La naturaleza transnacional y descentralizada de los criptoactivos exige una acción coordinada y efectiva. La historia financiera ya nos ha enseñado lo que ocurre cuando se ignoran las señales.
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