
Carmen Pérez
La hipoteca inversa: una opción creciente
Análisis
El norte rico e industrial, frente al sur pobre y rural, cuyos recursos naturales explotan los primeros. Al norte se dirigen los emigrantes del sur que buscan mejorar sus condiciones de vida, donde los salarios son más elevados y existen mayores oportunidades de empleo. Que el capital y el trabajo se movían en direcciones opuestas era uno de los asertos característicos del estructuralismo de los 80 del pasado siglo, que quizá no hayan desaparecido del todo. Incluso en España, donde los flujos migratorios hacia el norte industrial se detuvieron hace tiempo, pueden encontrarse evidencias de compartimentos territoriales en niveles de vida y empleo, que rememoran la vieja dialéctica entre el norte y el sur, observables a través de indicadores de producción y renta, entre otros.
El indicador habitual para medir la fortaleza de la economía de un territorio es el PIB por habitante, que indica el potencial de generación de riqueza y proporciona una primera imagen contundente de su capacidad económica. Las comunidades que están por encima de la media española (30.968 euros en 2023) son Madrid (42.198), País Vasco, Navarra, Cataluña, Aragón, Baleares y La Rioja, es decir, el cuadrante nororiental de la península, más el archipiélago balear. A continuación, y con una diferencia que en ningún caso supera los diez puntos porcentuales respecto de la media, pero todas por debajo, figuran las comunidades del cuadrante noroccidental (Castilla y León, Galicia, Cantabria y Asturias), que permiten identificar el paralelo imaginario que da forma a las diferencias norte-sur en la economía española. Por debajo de esa línea queda el resto (Comunidad Valenciana, Murcia, Castilla-La Mancha, Canarias, Extremadura y Andalucía, además de Ceuta y Melilla). La comunidad andaluza se sitúa en la cola del ranking de las comunidades con 23.218 euros por persona, que es un 25% menos que el conjunto de España y un 45% menos que Madrid.
Estas diferencias apenas han cambiado a lo largo de los últimos 25 años, aunque con matices. El PIB por habitante andaluz a principios de siglo era un 74,6% menor que la media española, lo que significa que la diferencia tan solo se ha corregido en seis décimas a lo largo de todos estos años, pero no en todas partes ha sido igual. Extremadura, que en 2000 era la comunidad con menor PIB por habitante y un 9% inferior al andaluz, fue recortando distancias de forma sistemática hasta llegar a superarnos en 2017, cuando nos cedió el farolillo rojo del ranking, que todavía mantenemos.
Entre los que más empeoran están los dos archipiélagos, pero no tanto por perjuicios derivados de su elevada especialización turística, sino por el aumento de la población. La dinámica demográfica es una de las razones de peso para entender la convergencia en PIB por habitante en los territorios que más población pierden (Extremadura, Aragón o Galicia), así como también, aunque en sentido contrario, el caso de Madrid, donde la modesta mejora de tan solo un 3,6% sobre la media nacional durante el último cuarto de siglo se explica por el fuerte crecimiento simultáneo de su economía y de la población.
Pero una cosa es la generación de riqueza y otra el nivel de vida. La política redistributiva del Estado, que recauda más impuestos entre los más ricos y concede más ayudas y subsidios a los más pobres, hace que una parte de la riqueza generada en el norte se desplace al sur, permitiendo que el poder adquisitivo del segundo aumente. Esta transferencia de recursos es lo que determina la diferencia entre PIB y renta por habitante. El INE publica el dato de Renta Bruta Disponible de los Hogares por habitante y el último disponible está referido a 2022, que por simplificar llamaremos renta por habitante. En el caso de Andalucía, la renta por habitante fue un 7% mayor que el PIB por habitante, lo que significa que si los andaluces solo hubiésemos podido contar con los recursos que genera nuestra economía, nuestro poder adquisitivo habría sido inferior en un porcentaje similar.
La comparación de los mapas autonómicos de PIB y renta por habitante permite apreciar algunos hechos notables. Como es lógico, las diferencias en renta son menores que en PIB, pero la línea que separa el norte del sur se vuelve ahora más determinante que antes. Castilla y León, Cantabria y Asturias, cuyos PIB por habitante eran inferiores a la media, se sitúan ahora por encima, dejando únicamente a Galicia, junto a la totalidad de las del sur, por debajo.
Madrid es la que mayor volumen de rentas transfiere al resto, probablemente debido a que, por el efecto capitalidad, es esa comunidad donde se recauda la mayor parte de los impuestos que pagan las grandes empresas del país. La segunda en términos relativos es Navarra, posiblemente también debido a las ventajas de la fiscalidad foral, aunque el caso más significativo es el del País Vasco. En esta comunidad la renta por habitante no solo es la más elevada de España, por encima incluso de Madrid, sino que también la diferencia con la media española (30,2% en 2022) es superior que en PIB por habitante (26,7% el mismo año), lo que significa que la comunidad vasca no solo no contribuye a la solidaridad entre regiones, sino que incluso se beneficia de la política redistributiva del Estado. En otras palabras, que gracias a los recursos que reciben del resto, los vascos disfrutan de un nivel de vida superior al que les permitiría su economía.
España abandonó hace tiempo el objetivo de corrección de los desequilibrios territoriales, probablemente la más elocuente manifestación de la desigualdad económica. Delegó la responsabilidad en la política regional europea, que efectivamente ha permitido al país en su conjunto converger con el resto de Europa, pero las diferencias internas entre el norte y el sur se han mantenido, e incluso incrementado, a lo largo de estos años, ante la indiferencia cómplice de los diferentes gobiernos. Lamentablemente tampoco se advierten señales de que algo pueda cambiar en un futuro próximo.
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