
En tránsito
Eduardo Jordá
¿Hemos fracasado?
DESDE que el pasado 28 de abril la Península ibérica tuviese el primer cero energético de su historia, el Gobierno del Reino de España va de apagón en apagón: desbordado por la realidad y desautorizado política y moralmente, nada parece funcionar.
La investigación del primer apagón, el literal, deja en evidencia al propio Ejecutivo con el análisis en la mano presentado por la vicepresidenta Aagesen: se planificó mal el mix energético –sin suficiente generación que otorgase, mediante inercia, estabilidad ante un reiterado problema de sobretensiones (que tampoco se modificó aunque casi media hora para hacerlo) y se gestionó de forma calamitosa la interconexión con Francia, impidiendo que energía firme –y nuclear– del país vecino nos sacara del apuro, al menos dando más tiempo para aumentar la generación síncrona en España. Red Eléctrica lo niega: cómo no, admitirlo le llevaría a asumir indemnizaciones medidas en centenas de millones de euros.
La sensación de chapuza que dejó el fundido a negro de finales de abril se reproduce cada vez que el transporte ferroviario muta en caótico por una gestión deficiente de las infraestructuras y –de nuevo– una pésima planificación y nula capacidad de reacciones. Pasar 20 horas atrapados en un tren es tan dañino como los audios cutres de Koldo García, José Luis Ábalos y Santos Cerdán.
Un país que se descuajaringa a la mínima incidencia –basta que se paren varios trenes por seguridad para que se funda una catenaria y deje inservible la línea de alta velocidad a Andalucía– es un mensaje demoledor que desacredita toda la acción de Gobierno, aunque crezca el PIB a triple velocidad que el resto de la UE.
Pero el peor de los apagones es el moral: la asunción de que aquí no tiene que pasar casi nada aunque Cerdán lleve desde el lunes en prisión preventiva. Porque casi nada es retocar la Ejecutiva o incluso remodelar el Gobierno si es que esto llega a producirse al filo de la comparecencia de Pedro Sánchez el miércoles próximo en el Congreso. Él se ha pasado la semana en Sevilla como si nada, al calor –y a qué temperatura– de la conferencia de la ONU que terminó ayer, como si no fuese urgente que asumiese, pero de verdad, sus responsabilidades. Y eso como mínimo pasa por una cuestión de confianza o directamente a la disolución de las Cortes y a las urnas en septiembre u octubre a lo más tardar. Es lo que necesita España y también el PSOE: pasar página de una era corrupta desde su origen.
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