
Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Sin cortafuegos ni cabezas de turco
Alto y claro
España no es un país corrupto, pero tiene un problema de corrupción que afecta al núcleo de su sistema político. A diferencia de lo que ocurre en un buen número de países del mundo, desde México a Marruecos pasando por Estados Unidos o Venezuela, usted cometerá un error mayúsculo si una patrulla de la Guardia Civil lo para en la carretera e intenta ablandar al agente metiendo un billete en el carné de conducir. O si va a una oficina municipal y se le ocurre la idea de engrasar un trámite ofreciendo dinero al funcionario de turno. Esos son comportamientos habituales en muchas partes del mundo, pero que en España seguro costarían un disgusto serio a cualquiera que se pasara de listo.
Pero si saltamos al mundo de la política resulta que tenemos un problema sistémico de corrupción. Las últimas andanzas conocidas del trío formado por Ábalos, Cerdán y Koldo confirman una teoría que no es nueva: desde los comienzos de la democracia, los partidos políticos han utilizado para financiarse, en mayor o menor medida, prácticas corruptas. Podríamos trazar una línea temporal que se iniciaría en los tiempos de Felipe González y Filesa y que nos llevaría, pasando, entre otros muchos episodios, por Rajoy y Bárcenas, hasta lo que estamos conociendo estos días.
Hay una constante. Los aparatos de los partidos, sus secretarías de organización y finanzas, se convierten en máquinas recaudadoras de mordidas de empresas que obtienen sustanciosos contratos por parte de las administraciones que esos partidos gobiernan. Y ya de paso, puestos a saltarse todas las reglas de la ética y de la legalidad, aparecen como acompañantes el enriquecimiento personal, el puterío, o las fiestas desmadradas con sexo y drogas.
La opacidad de la financiación de los partidos, la falta de control real que sobre ellas ejercen mecanismos inútiles como el Tribunal de Cuentas y el hecho de que las empresas del país llevan décadas dando por hecho que el pago de comisiones forma parte de su estructura de negocio han creado un clima en el que la corrupción campa a sus anchas.
Cada vez que se conoce unos de estos casos el país entero se lleva las manos a la cabeza. Pero lo más sorprendente es que estas situaciones llevan repitiéndose desde hace casi medio siglo sin que a nadie le haya interesado cortarlas de raíz. Conclusión: seguirán apareciendo ábalos, cerdanes y koldos. Sólo es cuestión de tiempo.
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