
La ciudad y los días
Carlos Colón
Verano de crisis y bombas
La ciudad y los días
Pasolini, siempre. No deja de asombrar, cincuenta años después de su muerte, la lucidez del gran escritor y realizador. Tras la sentencia condenatoria a Gerard Depardieu por abusos sexuales se revisan críticamente películas de los 70 que en día fueron tomadas por conquistas de la libertad de expresión y sexual, empezando por Los rompepelotas (Blier, 1974), por estar interpretada por Depardieu, y siguiendo con Último tango en París (Bertolucci, 1972), La gran comilona (Ferreri, 1973) o Portero de moche (Cavani, 1974).
Pasolini fue el único que detectó que “esa libertad sexual por la que yo he peleado tanto, hela aquí, la tenemos a nuestro alrededor, todos los días, es algo espantoso, porque se trata de una falsa tolerancia concedida desde arriba, concedida por ese nuevo modo de producción que quiere que el sexo sea libre porque donde hay libertad sexual hay un consumo mayor”.
Asqueado ante la posibilidad de que la gozosa celebración de un sexo desculpabilizado en su Trilogía de la vida(El Decamerón, Los cuentos de Canterbury, Las mil y una noches, 1971-1974) se confundiera con esas películas, abjuró de ella en un gesto único en la historia del cine: “Yo abjuro de la Trilogía de la vida, aunque no me arrepienta de haberla hecho. En realidad, no puedo negar la sinceridad y la necesidad que me impulsaron a la representación de los cuerpos y de su símbolo culminante, el sexo… Se insertan en la lucha por la democratización de la libertad de expresión y por la liberación sexual, que fueron dos momentos fundamentales de la tensión progresista de los años cincuenta y sesenta. (…) Ahora, todo se ha vuelto del revés… La lucha progresista por la democratización expresiva y por la liberación sexual ha sido brutalmente superada y trivializada por la decisión del poder consumista de imponer en este punto una tolerancia tan amplia como falsa. (…) La liberación sexual, en vez de dar soltura y felicidad a los jóvenes y a los muchachos, les ha vuelto infelices, cerrados y por consiguiente estúpidamente presuntuosos y agresivos”.
Tras ello rodó Saló o las 120 jornadas de Sodoma, demoledora parábola de la manipulación del sexo por el poder del consumo identificado con el fascismo. Fue asesinado mientras terminaba su montaje. Que fuera prohibida en países que permitían la pornografía fue su última victoria, desenmascarando la falsa tolerancia sexual consumista.
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