
Gafas de cerca
Tacho Rufino
Zafias trincheras
Postrimerías
Justo cuando la traducción de su último libro de poemas, Noche en París, salía de las prensas florentinas de La Lettere, nos dejaba Antonio Jiménez Millán, el pasado enero, una pérdida no del todo inesperada, pues sabíamos que peleaba desde hacía años con la enfermedad, pero sí muy sentida por los amigos que le rinden homenaje en un número especial de la revista Olvidos de Granada, a la que estuvo unido desde los inicios. Granadino de nacimiento y formación, pero largamente afincado en Málaga, en cuya universidad ejerció como profesor y catedrático de Filología Románica, Antonio nunca dejó de mantener estrechos vínculos con la ciudad de la que procedía y en la que surgió, ya en las postrimerías de la dictadura y con más fuerza en la segunda mitad de los setenta, un activo grupo de escritores y poetas que tuvo uno de sus epicentros en la vieja Facultad de Letras, años antes de que se acuñara la etiqueta de la Otra Sentimentalidad. Algunos de ellos, como el teórico Juan Carlos Rodríguez, el tempranamente fallecido Javier Egea o Mariano Maresca, antiguo director de Olvidos y editor de la renacida cabecera digital, ya no están entre nosotros para despedirlo. Sí han podido hacerlo paisanos y cómplices como Álvaro Salvador, Ángeles Mora, José Carlos Rosales, Teresa Gómez o Juan Vida, e íntimos compañeros de viaje como Francisco Díaz de Castro, Pere Rovira, Lorenzo Saval o Aurora Luque. Al margen de su poesía, que lo sitúa como uno de los autores ineludibles de su generación, Jiménez Millán fue un brillante estudioso de las vanguardias, las poéticas del compromiso y los caminos de la modernidad, pero todos los que lo trataron de cerca coinciden en destacar, además de su talento, la cordialidad y el apacible carácter de un hombre en el que concurrían la “elegante y serena inteligencia” de la que habla el poema aquí transcrito de Rovira y una discreción bienhumorada y sabia. Su obra de este siglo, en particular, desde Inventario del desorden, contiene un buen número de excelentes poemas en los que el reiterado ejercicio de la memoria sin nostalgia, como solía precisar, es una forma de “resistencia ante la muerte”. Casi vemos cómo le llega en uno de los últimos, Vida invisible, escrito en el hospital y comentado con emoción por Díaz de Castro, cuando el poeta presiente “otro mar, / débil ruido del agua en un aljibe”.
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