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Todo esto que ocurre ahora con Musk y su fallida política de más tecnología y menos Estado (democrático), ya lo había previsto Ortega en el año 33; pero no porque Ortega tuviera una virtud augural, sino porque las fuerzas autoritarias que copaban el mundo: el comunismo soviético, el nacional-socialismo alemán, el fascismo italiano, etc., ya habían mostrado su aparatoso desprecio por la democracia burguesa y su ilimitada fe en la técnica. Es el viejo eslogan del Marinetti, nacionalista avantgarde, cuando proclama, en su manifiesto de 1909, que “un automóvil rugiente que parece correr sobre la metralla, es más bello que la Victoria de Samotracia”. Pero es también, claro, el colosalismo industrial que prometía la URSS a las masas agrícolas de la estepa.
Esta prevalencia de la ciencia y la técnica sobre las democracias, este culto a la eficacia que hoy promueven blogueros como Curtis Yarvin, era ya moneda común cuando Ortega escribe su Meditación de la técnica, advirtiendo del peligro de convertir una herramienta (la técnica) en un fin en sí mismo. Un peligro que hoy ha adquirido el rostro nebuloso de la IA; pero cuyo principio, cuya promesa sigue intacta un siglo después, sustituyendo la política por un ordenancismo de raíz científica. Este desprecio de la política es lo que parece unir, actualmente, a los gobiernos en apariencia más dispares. El mismo recelo ante la separación de poderes y el oficio periodístico es el que une al señor Trump y al presidente Sánchez. En este sentido, debemos advertir del craso error conceptual cometido por The Telegraph, cuando tilda al Gobierno español de “pesadilla socialista”. El Gobierno español actúa al amparo de fuerzas nacionalistas y supremacistas de diverso orden; y su política fiscal se halla inclinada a beneficiar a una de las regiones más prósperas de España. De modo que la aspiración redistributiva del socialismo no comparece aquí por parte alguna. Y tampoco se puede hablar de igualdad entre ciudadanos cuando se prima el discurso de las razas. Volviendo al tema anterior, la fascinación del Gobierno por las energías renovables se ha complicado un tanto tras el apagón de abril. Así que, señoras y señores de The Telegraph, rectifiquen.
Digamos, por resumir, que en esta hora del mundo la democracia ha vuelto a perder su fragilísimo prestigio.
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