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Joseph Conrad escribió El corazón de las tinieblas entre 1898 y 1899, inspirado en el viaje que como marino realizó siguiendo el curso del río Congo, esa fuerza africana con forma de serpiente que le impresionó cuando nació su temprana fascinación por los mapas. Unas tinieblas a las que se acercaría Vargas Llosa con su novela El sueño del celta. Coppola cambió de río y de continente para llevar la historia al Vietnam rodado en las Filipinas de Apocalypse Now. Conrad era polaco de nacimiento y dicen que de los no nacidos en Inglaterra su inglés y el del sevillano Blanco White han sido los más cristalinos de la literatura anglosajona. He vuelto a navegar por sus páginas con un propósito. Encontrar ese momento en el que el capitán Marlow, que es un trasunto del propio Conrad, retrata al director de la estación junto a la que yace varado su viejo barco de vapor. Es un retrato que se lee como una profecía de un autorretrato que nunca haría suyo Pedro Sánchez en su biografía, que escribió con Irene Lozano y tituló. “Se le obedecía, aunque no inspiraba ni afecto, ni fervor, ni siquiera respeto. Inspiraba malestar. ¡Eso era! Malestar. No una clara desconfianza definida; siempre malestar, nada más. No tenéis idea de lo eficaz que puede ser semejante… facultad”. Habla Conrad de un “marinero en tierra” (cuatro años antes de que nazca Alberti), de un tipo realmente “extraordinario” del que era imposible imaginar “qué podía controlar a semejante hombre. Nunca reveló ese secreto. Quizá no había nada dentro de él”. Y todavía no ha aparecido el misterioso Kurtz al que encarnará Marlon Brando en la película de Coppola. No deja de ser curioso que esta metáfora fluvial que se lee como un palimpsesto del propio carácter y trayectoria de Pedro Sánchez sea como una cara de Bélmez de sus circunstancias, del político que después publicó Tierra firme, que le presentó Jorge Javier Vázquez. Una premonición de esta bajada a los infiernos del Mefistófeles de la Tele con una apuesta de su Sanedrín catódico que convierte a las Mamma Chicho de Tele 5 en musas de la Nouvelle Vague. En la sociedad del bienestar, ese hombre sólo crea malestar. Sería sin duda el mejor ex presidente, porque la unanimidad de quienes lo quieren ver fuera de la Moncloa es muy superior a la de quienes abogan por su continuidad. Es como el río Congo o el Mekong, no se le ve final a su curso, no tiene desembocadura, sólo manglares y estuarios. Ha alcanzado con sus siete años al frente del Ejecutivo los que estuvo el dictador Miguel Primo de Rivera. Ganó las primarias a Susana Díaz con la inestimable ayuda de Patxi López haciendo de liebre, en el argot del atletismo. También ganó dos elecciones en 2019 y, desde entonces, cada vez menos votos y más aliados. Es el mérito de Pedro Ensánchez. Con el empujón de los que odian España, la empequeñecen y la quieren desarmar moral y jurídicamente. Hay tanto paralelismo entre su viaje equinoccial, sus Koldos y rescoldos, y el literario de Joseph Conrad que en El corazón de las tinieblas ya se hablaba del “olor del fango”. Por un silogismo en bárbara, cuando deje de ser presidente será por ello un magnífico ex presidente. El mejor del mundo.
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