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Tribuna de opinión
Con el paso del tiempo -se nota que me voy haciendo mayor- he empezado a ver al Papa como un padre mayor. Me parecía normal, como ocurre con los nuestros, que asumiera la responsabilidad, que se entregara y se sacrificara por la Iglesia. Pero esta vez, con León XIV, me ha dado un poco de pena. Es algo más joven que yo, pero ya en la edad en la que, en la vida civil, uno estaría jubilado. Me sorprendió su disponibilidad para aceptar el cargo -o mejor dicho, la carga- con prontitud, su actitud de subirse a la cruz y volver a Roma, como Pedro, para dar la vida.
Algo similar me ha ocurrido con el nuevo obispo de Córdoba, don Jesús, que tiene la misma edad que el Papa. Con lo bien que estaba en su tierra natal… Y ahora, casi a los setenta, comenzar de nuevo: conocer la capital y los pueblos, los sacerdotes, religiosas y religiosos, toda la vida diocesana. ¡Un jaleo! Por eso es importante saber que nos necesitan; que tenemos el deber, la responsabilidad -y también el gusto- de ayudarles. Todos formamos parte de la Iglesia. Como decía san Agustín: “Si por un lado me aterroriza lo que soy para vosotros, por otro me consuela lo que soy con vosotros. Soy obispo para vosotros, soy cristiano con vosotros”.
Los sacerdotes no caen del cielo. En la Biblia, concretamente en Hebreos 5,1, se nos recuerda que el sumo sacerdote es “tomado de entre los hombres”. Esto significa que, aunque investido de un cargo sagrado, sigue siendo humano, con sus propias limitaciones y fragilidades. No pertenece a una casta superior ni es distinto: comparte la misma naturaleza y las mismas debilidades que cualquiera. Eso lo hace cercano, empático: nos comprende perfectamente. Tiene luchas similares, se cansa como todos y necesita cariño y ayuda como cualquier persona.
¿Te has planteado que el Papa te necesita? ¿Has pensado en cómo puedes ayudarle a tirar del carro de la Iglesia y de la humanidad? El 29 de junio celebramos la fiesta de san Pedro: es el día del Papa. Un día para valorar y agradecer su servicio, su tarea de presidirnos en la caridad, de custodiar, profundizar y explicar la fe, de hacerla accesible y comprensible. Le agradecemos que vele por la unidad, que logre que todos los católicos, dispersos por miles de rincones del mundo, se sepan queridos y acompañados.
Las prioridades de León XIV, según ha manifestado en sus primeras intervenciones, se centran en la unidad de la Iglesia, en una evangelización alegre, en la promoción de la paz y el diálogo internacional, y en el cuidado de la creación. También ha mostrado un fuerte interés por la dignidad humana, especialmente en lo que respecta al trabajo y la justicia social, así como por la búsqueda de la comunión plena entre los cristianos. Estas prioridades deben ser también las nuestras.
Leemos en el Evangelio estas palabras: “Jesús le respondió: -Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que ates sobre la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desates sobre la tierra quedará desatado en los cielos”.
Es voluntad del Señor que sea el Papa, sucesor de san Pedro, quien lleve el timón de la Iglesia. Pero ningún patrón navega solo. Necesita marineros. Pensemos en cómo mostrarle nuestra cercanía y colaboración. Podemos rezar cada día por él, aunque sea con un simple Ave María. Leer sus escritos y homilías para formarnos. Defenderlo y no criticarle jamás.
En el siglo VIII, los anglosajones, tras convertirse al cristianismo, decidieron enviar una contribución anual al Papa. Con el tiempo, esta práctica se extendió por Europa y fue formalizada por el papa Pío IX en 1871 con el nombre de Óbolo de san Pedro. En este domingo, las colectas de las parroquias se destinan a las necesidades del Papa, al mantenimiento del Vaticano y a las obras de caridad. Si somos generosos, el Papa podrá ayudar a muchos.
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