
En tránsito
Eduardo Jordá
¿Por qué los progres odian a Nadal?
La esquina
Las encuestas de Tezanos no se las cree ni quien lo sacó de la ejecutiva federal para colocarlo al frente del CIS (él no quería, pretendió disfrutar de los dos cargos). Es el único instituto demoscópico que asigna al PSOE más votos y escaños que al PP. Todos los meses.
¿Hay veintitantas empresas de sondeos sistemáticamente equivocadas y una sola que siempre acierta? Difícil de creer. Ni Pedro Sánchez que lo designó y le paga –con el dinero de todos– su sueldo mensual está convencido de que Tezanos le diga la verdad cuando le repite que los españoles lo quieren. Si lo creyera, disolvería las Cortes de inmediato y adelantaría las elecciones generales. ¿Por qué? Porque las cosas no pueden ir más que a peor.
A ver. A un Gobierno que apenas puede gobernar porque no es capaz de reunir los apoyos parlamentarios suficientes para aprobar los Presupuestos, que necesita mercadear hasta el último minuto para que le aprueben cualquier ley mínimamente relevante –casi siempre con concesiones al nacionalismo reaccionario e insolidario–, que abusa del decreto y, en colaboración con el PP, ha convertido el Congreso y el Senado en recintos tabernarios propicios para la bronca y el insulto y reacios al debate, un Gobierno salpicado por escándalos de corrupción que afectan a su entorno político y familiar más inmediato, con un socio minoritario que ahora es más minoritario que cuando empezó la legislatura y que rechaza por sistema la política exterior y de defensa del presidente... A toda esta vorágine de obstáculos, inconvenientes y pecados contra el buen gobierno se han unido acontecimientos inesperados que perjudican la vida cotidiana de la gente y dañan gravemente su seguridad.
Los españoles no podían ni pensar que los incidentes periódicos en el transporte ferroviario iban a derivar en un problema sistemático ni imaginar que padecerían un gran apagón que trastocó durante muchas horas sus vidas y destapó como nunca sus vulnerabilidades. La respuesta de la autoridad tampoco ha ayudado a tranquilizarlos: una sobredosis de ideología en ausencia de argumentos, explicaciones y autocrítica.
Prometiendo que no volverá a pasar una catástrofe cuyo origen no se conocerá hasta dentro de meses, echando mano del socorrido chivo expiatorio de los ultrarricos y manipulando el debate sobre la energía nuclear o inventado un sabotaje al tren no se conjura una derrota que viene sin remedio.
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