
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Sánchez delira en el búnker
Tribuna de opinión
Hace unos días me pidieron una estampa del Padre Celestial y me sorprendí a mí mismo dudando sobre qué me estaban solicitando. Al ver mi perplejidad, me aclararon: "Sí, como la de Jesucristo, pero de Dios Padre". De la misma manera que nos cuesta imaginar la representación del Espíritu Santo, también se nos hace difícil visualizar la figura del Padre Celestial, especialmente en estos tiempos marcados por la crisis de la paternidad.
Hoy en día, existe una campaña mediática y cultural contra la figura y el papel del padre. El varón, simplemente por serlo, se ha vuelto sospechoso de autoritarismo, violencia y opresión; un posible agresor del que hay que protegerse. La sociedad patriarcal es vista con recelo. Vivimos una nueva confrontación, una dialéctica inspirada en el marxismo, que enfrenta al hombre con la mujer y los coloca en oposición.
Sin embargo, ambas figuras son esenciales para el adecuado desarrollo del individuo. Cada una tiene su misión y cometido. La madre da vida, la acoge, la cuida y la nutre; es cuna. El padre, en cambio, tiene como tarea hacer crecer, impulsar, elevar, proporcionando un horizonte a la nueva criatura. Lo saca del nido para que vuele y construya su propia vida. Asimismo, debe proteger esa nueva vida de todas las "fieras" que acechan: ideológicas, morales y nihilistas.
Los padres fomentan el crecimiento a través de la orientación y el impulso, dando sentido a la vida y abriendo horizontes. Deben sumar sus fuerzas a las de Dios Padre, origen supremo de la vida, para que la criatura pueda encontrar propósito, descubrir su misión y vocación, y alcanzar la felicidad. En la Biblia, esto se expresa cuando el padre otorga un nombre al hijo, pues ese nombre encierra la elección de Dios y la misión que tiene en la tierra. El nombre no solo lo distingue de los demás, sino que también define su esencia.
Para ser verdaderamente hombre, Jesús necesitó una madre, María, y un padre, José, que lo educara y protegiera. Junto al Padre Eterno, Jesús quiso tener una figura paterna en la tierra, José. Así, el Evangelio nos dice: “Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres”.
Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, el misterio de un Dios tan rico en vida—origen de toda existencia—que es uno en esencia y trino en personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Este es el ser del único Dios que es Amor, y por lo tanto relación, diálogo y comunión familiar eterna. El amor no anda solo ni entiende de individualismo, sino que engendra familia.
Centrémonos en el Padre Celestial, el origen de esta familia trinitaria. Jesús experimenta en su vida la presencia amorosa de Dios y la expresa llamándolo "Padre". Percibe que a "su" Padre le debe afecto y obediencia, que todo lo que es del Padre le pertenece también a él. El Padre le entrega todo, especialmente su amor.
Cumplir la voluntad del Padre se convierte en el núcleo de la vida de Jesús. Su Padre le ha confiado una misión, y él desea cumplirla. Jesús se sabe el Hijo amado y su mejor enseñanza es revelarnos al Padre, anunciarnos que tenemos padre, que toda nuestra existencia es un don suyo, que venimos del amor y hacia el amor nos dirigimos. No estamos solos: hay alguien que nos llama por nuestro nombre, nos ama incondicionalmente y ha creado el mundo para nosotros.
Todos necesitamos esa paternidad, incluso quienes no conocieron a su padre o guardan un mal recuerdo. Aquel que ha sufrido abandono o malos tratos tiene un Padre en el cielo. Nuestra misión es descubrir el rostro amable del Padre para poder transmitirlo a los demás. Necesitamos padres buenos para sus hijos y para quienes no han tenido la fortuna de contar con ellos. Asumamos el reto de iluminar la figura del padre, de apadrinar el mundo para que no sufra orfandad.
Existe una clara relación entre la crisis de sentido que atraviesa el mundo y la pérdida de la fe. El olvido de Dios Padre y la orfandad llevan a nuestra generación a sentirse incapaz de transmitir la vida, asumir la misión de la paternidad y formar hogares. Quien carece de un padre tiene dificultades para descubrir su identidad y vive perdido.
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