
En tránsito
Eduardo Jordá
¿Por qué los progres odian a Nadal?
NOTAS AL MARGEN
SI lo pensamos bien, gozamos de una democracia muy sólida, pese al empeño de los gobernantes por dinamitar los contrapesos previstos para amortiguar sus desmanes. Como si estuviésemos mentalizados para lo peor, ni el más grave de los escándalos es capaz de alterarnos el espíritu. Cada día queda menos espacio para la reflexión entre tantas acusaciones graves y no pasa nada. El parlamentarismo está en la UCI y no creemos en su resurrección. El equilibrio y la mesura cotizan al alza. Los políticos de la era digital han renunciado al debate y prefieren la trinchera virtual al consenso. Todos empiezan a parecerse más de lo que nos gustaría. El enchufe del hermanísimo del presidente, con la retransmisión en directo del descarado aforamiento del líder del PSOE extremeño, nos recuerda una vieja historia con todos sus avíos. Las corruptelas de Ábalos, Koldo y compañía ya las hemos sufrido antes. Lejos de escandalizarnos porque la pareja del ex ministro disfrutara de un piso justo a la vera del ministerio -no vaya a perderse- y que jamás acudiera al puesto donde la enchufaron, lo damos por descontado. Los indicios de organización criminal, cohecho, tráfico de influencias y malversación no amenizan ni una ronda en la barra del bar. Y en comparación con todo ello, el cese del director de Pesca de la Junta tras conceder ayudas a dos empresas de las que fue socio y apoderado nos parece un juego de niños. Lo mismo sucede con lo ocurrido en Marbella. Después de las tropelías de Jesús Gil, Muñoz y Roca, que la Policía acuse al hijastro de su alcaldesa de blanquear millones de la droga nos resuena de toda la vida.
Vivimos tan rápido que la vida no nos alcanza para discernir con calma. Tanto follón en cascada se atraganta. ¿Cómo sorprendernos, a estas alturas, de que un empresario se atreva a llamar a la mujer del presidente del Gobierno para pedirle un favor? ¿Qué nos importa, en el fondo, si es cierto o no, cuando ya estamos vacunados? Basta seguir la maquinaria de propaganda de las grandes formaciones para entender lo que ocurre. Los vídeos que nos sirven por las redes sociales para hundir la imagen del eterno rival nos inclinan a pensar que han perdido el norte. Pasen y vean en sus respectivas cuentas, pero usen la mascarilla. El problema de la vivienda parece que se les haya olvidado. Y el de los enfermos de ELA y el de la dependencia también. Del pacto por la sanidad y la educación, ni hablamos. Por eso nos parece extraordinario que Feijóo se acuerde de los celiacos de repente. Memorable. Hemos sido los últimos de la UE en prestarles atención, pero nunca es tarde. La política con mayúsculas siempre merece la pena. En cambio, el diálogo de sordos sólo interesa a los radicales. Mañana que nadie se asuste con el avance imparable de la extrema derecha. Aunque por suerte, la economía va bien y nos permite no pensarlo demasiado.
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