Casa

La mayoría de las veces, una casa no es solo una combinación de ladrillos y cemento, es mucho más, es el universo (cálido o ingrato) de una familia

Un gato en la puerta de una casa.
Un gato en la puerta de una casa. / El Día

08 de junio 2025 - 06:59

Córdoba/Hace unos días tomé una fotografía que siempre recordaré. De toda una familia, abuelos, hijos y nietos, en el porche de la que ha sido su casa durante 30 años. La petición me generó un extraño sentimiento, además de crearme una pesada e inesperada responsabilidad. No soy muy buen fotógrafo, les avisé. Y es que esa imagen seguramente permanecerá en la memoria de varias generaciones. Porque la mayoría de las veces, una casa no es solo una combinación de ladrillos y cemento, es mucho más. Una casa es el universo (cálido o ingrato) de una familia. El lugar donde se han amado, discutido, ilusionado y engendrado a sus hijos. Una casa no es solo un espacio geográfico que medimos en metros cuadrados, es un lugar donde las emociones han conformado su propio hábitat. Esa fotografía ahondó en el poso que me dejó Los tortuga, la segunda película de Belén Funes.

Una historia, entre Jaén y Barcelona, donde la (no) casa juega un papel fundamental. Junto a la ausencia del padre. Materiales para hablar de esa sensación tan ingrata como dura que es estar desubicado. La no pertenencia a unas emociones, a unos metros cuadrados. En la película de Belén Funes la casa es un lugar interrumpido, sin abrigo, congestionado, que te empuja a hacerte fuerte, o simplemente sobrevivir, en otra casa, virtual, sin paredes, donde conviven los afectos, los recuerdos y las ausencias.

La especulación está condenando a varias generaciones de nuevas tortugas, cuya hogar será (y es) una maleta, unos metros cuadrados, una habitación pagada a precio de oro. La (no) casa como forma de agresión. El concepto de casa también está muy presente en el documental de la arquitecta y urbanista Reyes Gallegos, Ellas en la ciudad, que ha guionizado junto al siempre brillante Rafael Cobos, habitual en la filmografía de Alberto Rodríguez. Una obra en la que nos explica como la ciudad, como mera sucesión de edificios de viviendas (casas), puede llegar a ser un espacio agresivo (o no grato) para todos, y sobre todo para las mujeres.

Especialmente de esas mujeres que abandonaron los entornos rurales, mujeres tortuga, para comenzar una nueva vida, o lo que fuera, en las grandes ciudades, llámese Sevilla, Madrid o Barcelona, en los 50 y 60. Encontraron espacios hostiles, donde se sentían desubicadas, y con los que debían convivir a la fuerza, ya que los maridos (los hombres) estaban fuera trabajando. A ellas les tocó reinventarse o sobrevivir (en la mayoría de las ocasiones) en lugares ajenos y desconocidos. Lugares sin referencias, que no tenían nada que ver con sus pasados.

Las casas, en definitiva, somos las personas que las transformamos en elementos vivos. María, la chica alemana que ha convivido durante las últimas semanas con nosotros, ha ampliado el concepto de casa, y por ende el de familia. Hemos llorado su partida, no aceptamos que no la volvamos a ver. Se ha hecho con una parte de la casa, porque ya forma parte de la familia, y necesitamos que cuando quiera, pueda o le apetezca venga a ocuparlo.

Necesitamos de su sonrisa, ver esos ojos luminosos, su curiosidad, su inquietud. Algo que me ha llamado mucho la atención de María es que ha venido a vivir y a disfrutar, lo suyo ha sido una verdadera inmersión cultural. Ha comido caracoles, aliños o pescaíto frito, se ha vestido de flamenca, ha hecho todo lo posible por entender nuestras bromas y jergas, se ha adaptado a nuestros horarios. María ya no es una extraña en casa, ni en nuestros sentimientos, y eso no es tan fácil de lograr. La sentimos vacía sin ella, esperamos que vuelva. Para que la fotografía que nos recuerde esta casa en el futuro sea lo más veraz posible.

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