
Tribuna
Salvador Gutiérrez Solís
Cultura, esa necesidad
La tribuna
La romería del Rocío es en apariencia una hermosa postal del Sur. Tiene todos los ingredientes para el triunfo de lo pintoresco, pero también –ojo– para desvelar lo que acaso sea el secreto del alma de Andalucía. Es una fiesta de los sentidos donde no falta el triunfo de la gula y de Baco en las escenografías marismeñas, ese letargo de la apacible ebriedad de los felices. Paisajes con una paleta de color que va desde los blancos hirientes hasta los atardeceres malviazules donde antaño estuvo el antiquísimo lago Ligustino.
En ese lago Ligustino, que acogió a la civilización fenicia en la que se asienta nuestro pasado, se levanta la ermita blanquísima, como una aparición entre arqueológica y mitológica. Es la iglesia de la Virgen del Rocío, pero nos evoca –como si pudiéramos recordar tiempos que no vivimos– a la diosa Astarté y también la venera de la que Venus emerge en su nacimiento. Es eso y además relatos medievales de imágenes ocultas en las Rocinas, de romances de frontera y de sucesos milagrosos, de materia ingenuamente legendaria. Un mapa tan fascinante como engañoso.
Siempre me sorprendió que la romería andaluza más famosa hubiera sido poco narrada literariamente. Entiendo por literatura, no la habitual costumbre panegírica de los cantores de la fiesta, ni mucho menos el relato apologético de los que contemplan escenas costumbristas tan falsas como impostadas. Cansa esa literatura repetida y artificiosa que ha acompañado siempre a este fenómeno que va más allá del asunto religioso para adentrarse en curiosos estratos de identidad personal y colectiva, de historia y sociología, y de inquietantes capas telúricas y antropológicas.
Y, sin embargo, sí que hubo curiosas narraciones y relatos heterodoxos, difícilmente etiquetables en el corpus admitido por los devotos de la romería. Unos devotos, por cierto, demasiado desconfiados y rigoristas de la ortodoxia. Gente que a veces da miedo cuando se dan interpretaciones diferentes. Versiones que nos darían una idea más certera de la riqueza y complejidad de la romería.
Sin embargo, existen relatos diferentes. Podemos encontrar la novela Con flores a María, de Alfonso Grosso, que trajo no pocos disgustos al escritor, porque ofreció un drama terrible que ocurría durante la celebración. Una imagen de la Andalucía negra de señoritos que habitualmente no aparecía en las estampas hermosamente costumbristas de la romería, en el habitual relato rosa de los apólogos. Era una ficción perfectamente verosímil, porque pudo haber sucedido en esos sustratos oscuros que oculta toda fiesta.
Luego estaban miradas como la de Chaves Nogales en sus reportajes publicados en el diario Ahora en la romería de 1936, escritos justo al borde del abismo de la Guerra Civil. Crónicas que ayudan a entender mejor aquella España dividida, enfrentada y radicalizada que terminó en asesinato colectivo. Porque El Rocío ha sido siempre un espejo de lo que sucedía en España.
Y después estaban otras extrañas contemplaciones. En 1958 el hispanista Gerald Brenan vivió intensamente la romería del Rocío. Allí cumplió con el decálogo dionisíaco. Estuvo compartiendo felicidad con una joven muchacha, bebió, cantó, se divirtió y otras cosas... Se sumergió en esa hipnótica atmósfera donde gana la emoción más que la razón. Esta experiencia de las cosas de España la incluyó en una carta que le escribió a su amigo Ralph Partridge, y que rescataron hace algunos años los investigadores Michael D. Murphy y Juan Carlos González Faraco. El documento, que está custodiado en la Universidad de Cambridge, desvela momentos delirantes y estupendos como cuando al ver la procesión de la Virgen no dudó en crear una nueva advocación absolutamente pop y quizás lisérgica. Para Gerald Brenan la Blanca Paloma era “Nuestra Señora del Rock and Roll”. Así caminaba la Virgen por las Marismas, según la visión de un hispanista heterodoxo que disfrutó “cuatro de los más felices y deliciosos días” de su vida en el desconcertante Sur que se empeñaba en estudiar. Como si fuera posible…
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