
Carmen Pérez
La inteligencia artificial en las empresas españolas
Salud sin fronteras
Hemos sabido, tras una publicación en la revista Science, que cuatro importantes científicos y expertos de Estados Unidos reclaman dar el paso de emplear los cuerpos de las personas en muerte cerebral en los hospitales, para realizar experimentos médicos y dar un salto en el descubrimiento de tratamientos para enfermedades hoy letales.
Se argumenta que esta estrategia ya se está usando de manera excepcional para ensayar los primeros trasplantes de órganos de cerdo modificados genéticamente a humanos en Estados Unidos y China; lo que ellos proponen ahora es dar un paso más para utilizar los cuerpos de personas en muerte cerebral para probar también medicamentos, los tratamientos experimentales de edición del ADN y otras modernas terapias genéticas.
Los científicos citados son el especialista en bioética Brendan Parent y los neurólogos Neel Singhal, Claire Clelland y Douglas Pet, que han creado una nueva denominación: PMD, las siglas en inglés de fallecidos mantenidos fisiológicamente (physiologically maintained deceased).
Los investigadores, de las universidades de California y Nueva York, abren con su llamamiento un debate científico y creo que también, social, para valorar la pertinencia de dar ese paso desde la perspectiva de la ética.
Hay que señalar que, cuando en 1967 el doctor Christiaan Barnard realizó el primer trasplante de corazón a un paciente de 53 años, se inició un intenso debate médico, social y ético en torno a la pertinencia de continuar la senda que se abría con esta primera intervención en el campo de los trasplantes. Viendo hoy la situación con la perspectiva de casi 60 años, los trasplantes suponen una realidad extendida de manera casi general en el mundo.
En la actualidad disponemos de organismos (en el caso de España, el Comité de Bioética, por ejemplo), que pueden aportar criterios útiles para la toma de decisiones teniendo en cuenta también que hay posicionamientos como, por ejemplo, el de la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias, que definen la muerte cerebral como la pérdida total y absolutamente irreversible de las funciones cerebrales.
Es una situación que no tiene nada que ver con el estado de coma, en el que el cerebro sigue activo; la muerte cerebral significa, a todos los efectos clínicos y legales, el fallecimiento.
Pero cabe la pena subrayar que en este asunto hay que involucrar a la sociedad porque, al igual que ha sucedido con la regulación de los trasplantes a lo largo de la historia o la regulación de la eutanasia, los cambios en las prácticas clínicas y en la generación de normativas legales deben contar con el máximo consenso social y ético.
Creo que, con este asunto, estamos asistiendo a una oportunidad que podría ayudar a importantes avances científicos que pueden ayudar al conjunto de la humanidad.
Eso sí, el debate debe ser amplio y trasparente para considerar todos los aspectos relevantes en el campo de la bioética y de la medicina, en base a evidencias científicas y aspirando a que los eventuales beneficios sean accesibles con criterios de equidad.
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