Fiestas y productividad

Brindis al sol

12 de mayo 2025 - 03:08

Ferias y fiestas ya, desde ahora hasta la caída del verano, empiezan a engalanar, con luces y diversiones, la mayor parte de las ciudades andaluzas. Han cobrado tanto atractivo y adquirido tal autonomía que ya casi nadie recuerda que, en sus orígenes, hace un par de siglos, estas celebraciones festivas tuvieron una justificación que las apadrinaba. Eran una especie de premio, de reconocimiento y recompensa, que los andaluces se ofrecían a sí mismos, tras las duras faenas invernales, cuando ya se disponían a recoger los nuevos frutos agrícolas y ganaderos. Las primeras ferias representaban la última parte de los negocios locales y servían para cerrar tratos, y exhibir logros y ganancias. A los que triunfaban, les gustaba derrochar aquellas cosas que entonces daban prestigio: el buen vino, yantar sin medida, el cante y los bailes atrevidos a la luz nocturna del candil. Y se disfrutaba de todo ello, una vez al año, en aquellos cercados –las primeras casetas– rodeados de cereales y bestias de labor, prestas a venderse o comprarse. La feria fue, en principio, una muestra final del rendimiento y productividad del trabajo realizado. Así, había sucedido de forma casi rutinaria en todas partes, pero en Andalucía se impuso cada vez más el darle calor y brillo a la diversión y al disfrute. Los escritores y pintores costumbristas, forasteros o nativos, fueron los mejores portavoces, encargados de retratar la capacidad de los andaluces para olvidar el trabajo y entregarse, por unos días, al gozo y al derroche. Y este estereotipo prevaleció en aquella interesada imagen de la división del trabajo regional en España: a Andalucía le cayó en suerte, quizás merecida, ser una tierra con fiestas siempre aseguradas al margen de como funcionase la productividad de sus tierras. Si acaso, había que emigrar, otras regiones tenían sus fábricas dispuestas para acoger las manos que llegaban vacías. Y este significativo reparto de oficios y prejuicios lo han asumido, sin asomo de mala conciencia, los propios andaluces: han sabido olvidar plenamente que una feria era la ansiada culminación de una lograda etapa de productividad. Pero no es este el caso actual, porque basta consultar los lugares ocupados por Andalucía, en este tipo de estadísticas valorativas, para comprobar que, entre las regiones españolas, no se puede descender más: el farolillo rojo, en el bienestar cotidiano –no en el festivo– desde hace muchos años. Sin querer aguar ninguna fiesta, quizás convenga recordarlo.

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