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El nombre artístico que Ana María Massatani eligió cuando debutaba en el cine con 22 años escondía un trágico secreto de amor: se hizo llamar Lea Massari para recordar y que se recordara siempre el nombre de su novio, Leo Massari, muerto trágicamente pocos días antes de su boda.
Una semana antes de su 92 cumpleaños la actriz ha muerto en su Roma natal. Temo que solo les sonará su nombre a los viejos cinéfilos. Tuvo prestigio, fue conocida y apreciada, pero no fue una estrella en los años deslumbrantes de la Mangano, la Loren, la Cardinale, la Lollobrigida o la Vitti. “La diva discreta del cine italiano” o “la antidiva italiana” la han llamado los diarios italianos. Es cierto.
De elegante y muy personal belleza marcada por un ligero estrabismo –el llamado estrabismo de Venus–, intérprete sobria dotada de un cierto desgarro trágico muy mediterráneo acentuado por su voz profunda y ronca, la Massari tuvo un introductor de lujo en el mundo del cine, el genial escenógrafo y diseñador de vestuario Piero Gherardi, amigo de sus padres, que alcanzó la gloria creando las innovadoras escenografías y vestuarios para Fellini desde Las noches de Cabiria a Giulietta de los espíritus, lo que valió ganar dos Oscar. Él le presentó a Monicelli, quien en 1954 le dio su primer pequeño papel cuando tenía 21 años.
Actuó como secundaria hasta que Antonioni le confió en 1960 el papel de Ana, la joven que desaparece en la isla de La aventura. Fue su revelación. En su larga carrera, además de en teatro –el enorme éxito de Rugantino, en la que cantaba Roma nun fa’ la stupida stasera, que grabó en disco convirtiéndose en una de las canciones identificativas de su ciudad– y televisión –obras de Manzoni, Dostoievski, Beauvoir, Tolstoi–, trabajó en Italia con Renato Castellani, Sergio Leone, Mauro Bolognini, Dino Risi, Valerio Zurlini, Nanni Loy, Francesco Rosi o los Taviani; en España con Saura, Camus e Isasi Isasmendi; en Bélgica con Chantal Akerman; y en Francia –donde fue muy apreciada– con Claude Sautet, René Clément, Michel Deville, Pierre Granier-Deferre o Louis Malle, con quien en 1971 realizó una de las mejores interpretaciones de su carrera en Le souffle au coeur, que protagonizó un sonoro escándalo. Atreverse a interpretarla define la personalidad de esta antidiva.
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