
David Fernández
León XIV frente a los caminos del pecado
Crónicas levantiscas
San Agustín escribió La ciudad de Dios conmovido por el saqueo de Roma que perpetraron en el año 410 las tribus visigodas al mando de Alarico, aunque el santo africano inauguró con ello el rechazo que buena parte del cristianismo medieval cultivó ante la gran urbe pagana, vieja capital del Imperio, nido de corrupción y mercado de sinomías. El hilo conductor que une al papado de Francisco con la elección de Roberto Prevost como León XIV es el rechazo a la Roma capital y sede de una curia embebida en sus propios intereses, algunos de ellos inconfesables en su término más estricto. Era por eso por lo que Bergoglio se calificaba anticlerical, tal como explica Javier Cercas en ese magnífico reportaje que es El loco de Dios en el fin del mundo.
León XIV ha sido misionero durante 40 años, agustino, prior de la orden y, finalmente, responsable de los nombramientos de los obispos. Es cardenal desde hace dos años. Quien ha sido su competidor en la elección, el diplomático Prieto Parolin, sólo fue monaguillo antes de ingresar en la prestigiosa Gregoriana de donde salió funcionario de la Secretaría de Estado del Vaticano, nunca estuvo al frente de una comunidad ni olía a rebaño, aunque ejerció de modo muy eficiente el liderazgo de las relaciones internacionales. Son dos perfiles diferentes, pero los cardenales han preferido al continuador de Francisco.
Serán diferentes, pero sólo en el acento, Bergoglio era argentino y Roberto, un gringo peruano, pero ambos provienen de una periferia en la que la Iglesia católica confía para salir de su crisis de fieles y de vocaciones; ésa es una de las grandes apuestas de un colegio cardenalicio que ha resuelto en poco más de 24 horas lo que algunos entendían como una crisis interna ante dos modelos enfrentados. No ha sido así.
Tal como Roma relevó al mundo griego, Estados Unidos sustituyó a Europa como solar de los imperios, y a esto tampoco ha sido ajeno el colegio de cardenales. Roberto Prevost es un norteamericano de Chicago con alma hispana, un bergogliano preocupado por el encierro de los inmigrantes en las cárceles de Bukele que ha criticado al converso recién llegado al catolicismo, al vicepresidente J. D. Vance, que en su osadía se atrevió a reinterpretar a San Agustín. Primero, debe amarse a la familia, después a la comunidad y, si queda algo de piedad, al resto del mundo. Según Vance, la extrema izquierda ha invertido el orden del amor, ordo amoris, del santo de Hipona, pero el agustino le puso en su sitio. Desde la doctrina.
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