Ritual

Cambio de sentido

13 de mayo 2025 - 03:07

El sellado del ataúd, el silencioso paseíllo hasta los portones que –extra omnes– se cierran al mundo, la chimenea y sus fumatas, el primer saludo en el balcón. Desde el papa muerto al papa puesto, llevamos semanas absortos en ceremoniales cargados de connotaciones. Dada su proximidad, conviene no confundir –ni que aprovechen para confundirnos– el ritual en sí con el espectáculo ni con la exhibición de poder. Un rito actualiza un mito, nada más (y nada menos). Nos lleva, en espiral, a la significación profunda de algo. Nos libra de la rala superficie; nos conecta, por la vía de la trascendencia o la inmanencia, a la raíz psíquica. De eso saben esas poetas y pensadores que, desde Heráclito a Zambrano, avivan las fuentes donde el logos y la intuición brotan entrelazadas y trascienden el seco discurso racional. Sucede –palabrita de William Blake– que el potencial de lo simbólico se lo apropiaron muchas veces a lo largo de la Historia los poderosos, usurpando lo ritual para poner lo sagrado de su parte (profanándolo), y contar que son los dioses quienes ordenan tal o cual cosa. Que Trump, vía IA, se invistiera de papa el otro día no es ninguna chorradita.

Es por esto que a no pocas personas les dan urticaria los rituales que les pillan culturalmente próximos y les retrotraen a aparatos ideológicos –como el nacionalcatolicismo, y sus réplicas y secuelas– que tanto les hicieron la puñeta. Mas, como lo ritual y simbólico pertenece al fondo del ser humano, hay quienes encuentran vía libre en otras culturas, e incluso llegan a entender la diferencia –notable– entre lo instituido como religioso y lo realmente sagrado. Hay sin embargo otras personas que, en el cambio del rosario por el mala, se pierden en la estricta superficie, en el exotismo y el selfi en pose de loto. De estos vuelven a sacar partido –otra vez– los más listos. En los últimos tiempos, el supermercado de la espiritualidad está que lo peta. Chamanes, bestsellers de autoayuda, videntes, gurúes negacionistas, sectas ultras, telepredicadores por YouTube y narcisos con los ojos vueltos, hacen de la crisis de sentido su negocio de dulces y líquidos placebos. Y a qué precio. En este estado de cosas, todo es tan fácil –y tan difícil– como exigirnos una mijita de compromiso con el centro de una misma, otra de entendederas y otro tanto de respeto a quien acude a sus rituales, sean cuales sean, con conocimiento, honestidad, y los ojitos bien abiertos para que no le trinquen el corazón ni la cartera.

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