Mencía Ruiz Gutiérrez-Colosía

Se apaga la luz, se enciende el estrés

La tribuna

12200624 2025-05-05
Se apaga la luz, se enciende el estrés

05 de mayo 2025 - 03:09

Se apagan las luces y se encienden nuestras alarmas, figuradas se entiende. Los primeros minutos son de normalidad, quien más y quien menos está habituado a las idas y venidas de la luz en momentos puntuales. El problema surge cuando los minutos se convierten en horas y se suman otros factores como la falta de información o el bloqueo físico. El estrés es la respuesta más esperada y extendida ante cualquier situación de incertidumbre e incontrolabilidad, lo hemos experimentado durante la pandemia de Covid, la guerra de Ucrania o la dana.

Cuando no podemos predecir con exactitud lo que va a suceder porque la evolución del suceso es incierta y además no tenemos recursos para poder influir sobre la situación, el organismo genera una respuesta de alerta que nos prepara para lo más básico, sobrevivir. La reacción de estrés se mueve en un continuo que varía de intensidad, puede ir desde una activación moderada como sentirnos más tensos, en alerta o con el corazón acelerado por el efecto del cortisol y la adrenalina, y que nos prepara para actuar ante la amenaza. Pero también puede escalar hasta una respuesta más intensa y desbordante, como un ataque de pánico.

En estos casos, aparecen sensaciones muy desagradables como dificultad para respirar, presión en el pecho o palpitaciones, que lejos de ayudarnos nos bloquean. Pero ¿por qué reaccionamos de forma diferente ante una misma situación? Va a depender de varios elementos, por un lado, influye mucho lo que la persona vivió. Quienes se quedaron atrapados en ascensores o en el metro seguramente experimentaron niveles más altos de angustia que aquellos que estaban en el parque o en lugares con generadores. Aquellos que estaban cerca de sus familiares seguramente se sintieron más seguros que quienes estaban lejos, o se encontraban en la tesitura de tener que recoger a sus hijos en medio del caos del tráfico.

Por otro lado, son importantes los recursos de afrontamiento emocional con los que cada uno cuenta, venimos con una mochila de base que vamos cargando con los aprendizajes del camino y que nos ayudan a, identificar y gestionar emociones, saber relajarnos, utilizar la atención plena, etc. Por último, la autoeficacia percibida, o confianza en las propias capacidades para manejar una situación. Esa sensación de yo puedo con esto, hace que nos pongamos en marcha para buscar soluciones, en lugar de bloquearnos. Por ejemplo, una persona que toma la iniciativa de comprar una radio, linternas, baterías extra y agua, siente que tiene algo más de control que alguien que entra en crisis por no tener acceso a la red para comunicarse. Estas experiencias van a influir también en cómo nos sentimos y evoluciona nuestro bienestar emocional en los siguientes días. Es probable que el estado de vigilancia y estrés continúe de forma generalizada un tiempo, especialmente mientras continúan sin conocerse las causas de lo que ha sucedido. Quienes vivieron momentos especialmente angustiantes, como quedarse atrapado, pueden experimentar lo que se conoce como una reacción de estrés agudo con recuerdos intrusivos de lo vivido en forma de flashback o pesadillas, evitación de lugares similares y ansiedad, que previsiblemente irá gestionándose en las siguientes semanas hasta desaparecer, en la medida que la persona retome su actividad normal. También son esperables reacciones más sutiles de ansiedad, cambios de humor, tristeza o dificultad para retomar la rutina, como parte del proceso de adaptación por exposición a situaciones difíciles y que irán remitiendo paulatinamente. Sin embargo, en los casos más severos, como pérdida de un ser querido, puede aparecer un proceso de duelo que requerirá más tiempo y en algunos casos acompañamiento profesional.

Me resulta curioso cómo, ante el apagón, hemos activado el modo Covid, quizá por retraumatización al estar expuestos a una nueva situación de vulnerabilidad traumática, o simplemente por el aprendizaje adquirido, lo cierto es que lo hemos visto reflejado con rapidez en el aprovisionamiento de la población, pese a que esta situación es justo lo inverso a lo que vivimos, pues del confinamiento impuesto y la hiperconectividad digital, hemos saltado a la vida analógica casi espontáneamente trasladada al ágora, sin embargo en ambos casos el factor social ha sido clave para transitarlo.

La búsqueda compartida de sentido, aún sin entender lo que estaba sucediendo, la solidaridad, que emergió una vez más, en forma de radio compartida en la calle o de bocadillos a las personas atrapadas en trenes. Pequeños gestos profundamente humanos que actúan como reguladores emocionales y refuerzan el sentido de seguridad ante la adversidad.

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