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No sé qué final tendrá la opa hostil lanzada por BBVA sobre Sabadell, pero me trae a la memoria la que el Bilbao intentó contra Banesto en 1987. Su hostilidad fue mal acogida y resultó escandalosa para un sector acostumbrado a los pactos privados entre caballeros. Entonces, los almuerzos mensuales de los presidentes de los Siete Grandes –Santander, Central, Hispano-Americano, Banesto, Popular, Bilbao y Vizcaya– marcaban las condiciones del mercado bancario. Esa letanía nos trae recuerdos, pues hoy todos se agrupan bajo las marcas Santander y BBVA, que fue primero Bilbao-Vizcaya, antes de sumar Argentaria, la corporación pública creada en 1991.
La banca española de la época, resultado de la obligada concentración de entidades proveniente de la crisis financiera de los setenta y del intervencionismo franquista, se completaba con una miríada de cajas de ahorros fundadas por las fuerzas vivas de cada ciudad, la Iglesia y las diputaciones, junto a las cooperativas de crédito que se dividían en cajas rurales, cooperativas profesionales y las populares como la Caja Laboral Popular.
Aquella opa fallida fue seguida de la fusión amistosa de Bilbao y Vizcaya que dio el pistoletazo de salida a un proceso de concentración bancaria que redujo drásticamente el número de entidades. Los Siete Grandes hoy son dos, Caixabank agrupa decenas de antiguas cajas de ahorros, las vascas acabaron unidas en una sola y también las cajas rurales afrontaron procesos de fusión.
Aquel sistema financiero resultaba ineficiente y fragmentado. Había muchas más entidades, pero mucho menos mercado. La mera concurrencia de oferentes no crea competencia y mucho menos si esa concurrencia es desequilibrada. En aquellos años, las posibilidades en cualquier plaza mediana se limitaban a los Siete Grandes más la Caja de Ahorros y la Caja Rural de la provincia. Los bancos públicos, con excepción de la Caja Postal que tenía por oficinas las de Correos, solían estar en capitales de provincia y no podría decirse que ofrecieran servicios de banca universal. Basta recordar sus nombres: Exterior, Hipotecario así como los de Crédito Local, Agrícola e Industrial.
El actual mercado bancario es más ágil, eficiente y competitivo. También menos cercano al cliente y poco fidelizado comparado con aquel donde los empleados conocían a los clientes por su nombre. Muchos bancarios recordarán la costumbre de leer las esquelas en los diarios locales por si había que asistir al entierro de algún cliente. Hoy, los particulares no suelen tener confianza alguna con el personal de su sucursal y las pymes, el grueso de nuestro tejido empresarial, aún poco profesionalizadas en su gestión y bastante ayunas de técnicos conocedores del mercado financiero, tienen más relación con la banca electrónica que nos permite operar con una entidad sin saber siquiera cómo es o dónde está la oficina a la que estamos asignados, que con los propios bancarios. Es la consecuencia de la digitalización que siendo muy positiva en su conjunto, ha dejado demasiados hilos sueltos en el trato, servicio y análisis de pymes y autónomos.
Para todos ellos, eliminar otro actor más del mercado va a resultar muy perjudicial. Simplemente, porque cada vez hay menos lugares a los que acudir y menos entidades que incluir en el pool. Aunque nos quieran convencer de lo contrario, el mercado bancario español se acerca al oligopolio en el que unas pocas entidades, conscientes de su preeminencia, marcan el paso de todo el sistema financiero en productos, precios y condiciones contractuales. Como ocurría hace medio siglo. Existe financiación extrabancaria y es cierto que permite cierta flexibilidad en la negociación de condiciones frente a los modelizados contratos bancarios, pero no debemos obviar que siempre es más cara y exigente en garantías. Aparte de que la capacidad negociadora y el acceso a profesionales capacitados para esas gestiones de las pymes y autónomos, puede resultar quimérica.
La reducción de la competencia afectará gravemente a la parte más debilitada de nuestras empresas que, no olvidemos, son la inmensa mayoría. Normalmente, una pyme trabaja con tres o cuatro entidades para no ser cautiva de ninguna y poder optar a un volumen de financiación suficiente. Sobre todo, líneas de crédito y anticipos que le permitan cubrir los desfases de tesorería junto al confirming que mejora su capacidad de pago a proveedores. Dado el mapa bancario español es evidente que la gran mayoría de las pymes son clientes de al menos una de las dos entidades implicadas en la opa y según se ha publicado, la cuarta parte los son de ambas, BBVA y Sabadell.
Todos sabemos que cada fusión bancaria conlleva por definición una reducción de los límites de riesgo de cada cliente compartido. Entonces, ¿dónde podrán acudir? Desde luego, la banca mediana es el candidato a ocupar ese espacio. Entidades como Abanca, BBK, Cajamar o Unicaja y junto a ellos, las cajas rurales tienen una oportunidad de ampliar su clientela y estoy seguro de que la aprovecharán, independientemente de que el mercado se vea dañado en su competitividad por una concentración cada vez mayor basada en el tamaño más que en la eficiencia y la capilaridad de la red de oficinas.
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